
Foto del burrito y del animal al que se le ha eliminado la cabeza por ser quizá la parte vana de su inútil persona y porque no merece la pena el esfuerzo de despreciarlo.
Un animal, dos varas y cuarto de altura, once arrobas de peso, escasos dos gramos de cerebro y un negro vacío tras su pecho izquierdo, ha matado presuntamente a un inocente burrito, pardo y peludo, de apenas cuatro meses de vida. Cruenta forma de celebrar el centenario de Platero y yo en Lucena, publicitada como ciudad de las tres culturas, una ciudad de un país donde la forma más extendida de hincar los codos es sobre la barra del bar.
La noticia, recogida por Lucena Hoy y medios nacionales, es tan simple como cruel: en el Belén navideño se exhiben animales vivos como decorado; algo que vino al mundo como ser humano decide montar en uno de los burros expuestos para hacer la gracia y adquirir notoriedad en las redes sociales; posible hemorragia interna o fractura de columna y posterior muerte del burrito. Una lee la noticia, comienza a dar vueltas al asunto y, horrorizada, se pregunta hasta qué punto es ese animal culpable de la muerte del burro.
Este país alberga demasiados animales, dotados de DNI, cuyo déficit neuronal les sitúa por encima de lo que a ellos se les antojan seres inferiores, sean animales, mujeres, niños o inmigrantes. Son la cara más negra de la Marca España: la España machista, pedófila y xenófoba que, para colmo, desprecia a los animales. Son tantas las aberraciones humanas con derecho a voto que se ven a sí mismas como normales.
Vaya en descargo de este animal el hecho de disfrutar de la ciudadanía de un estado cuyo gobierno es defensor a ultranza del maltrato animal queriéndolo elevar a la categoría de patrimonio cultural. Un gobierno que defiende y no prohíbe los espectáculos taurinos, produce este tipo de monstruos para quienes la muerte es baladí cuando no es la propia. Vaya en su descargo que no ha hecho cosa diferente que otros psicópatas encumbrados como figuras del toreo que, según FAADA –Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales–, liquidan al año 70.000 toros ante el clamor y la ovación de cada vez menos necrófilos que gustan del espectáculo y por él pagan.
Se le podría aplicar como atenuante al animal del Belén pertenecer a un estado cuyas élites y cuya máxima autoridad disfrutan sin reproche de su misma afición: abatir animales y posar con ellos en una fotografía. España es un país con larga tradición de jefes del estado promotores y practicantes del tiro al blanco con animales. Otras instancias oficiales lo hacen sobre manifestantes o inmigrantes, también sin pudor y con el cómplice beneplácito de parte de la población.
Con toda seguridad, el presunto asesino del burrito pensará que no ha hecho algo distinto a lo que asiduamente ofrecen determinados programas de televisión donde los animales son utilizados de forma grosera como parte de un pretendido entretenimiento. Él ha imitado lo que se ofrece por la pantalla, a la vista de un público infantil en edad de aprendizaje, pero se le ha ido la mano: gajes del directo. En su entorno familiar y de amistades habrá descerebrados que le rían la gracia.
Por su parte, el Ayuntamiento de la localidad (PSOE-IU) estudia actuar contra el presunto causante de la muerte del burrito. Ahí, con un par, al más puro estilo de Pedro Sánchez en Sálvame, pretende hacerse pasar por animalista de pro. No es la primera vez que le afean el hecho de utilizar animales vivos como ornato navideño y el año pasado, en un gesto de compromiso ecologista, pusieron braseros a conejos y pavos. No señora concejala: o se es monárquica o republicana, o socialista o liberal, o laica o confesional, o animalista o maltratadora animal. Las medias tintas dan o restan votos: ya ve cómo está su partido, con más mermas que apoyos.
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Supremo artículo. En vista de lo ocurrido, la concejala de Seguridad y de Fiestas debería oficiar, junto al belén, un funeral malva por este pollino, inmigrante obligado y enclaustrado junto al portal. Después, como Fuentepiña y Moguer quedan lejos, dar digna sepultura al burrito bajo el pino mayor de la ermita de Aras y proponer que el Ayuntamiento rotule una calle lucentina con el nombre de «Platero de Jauja». Sería un noble desagravio para ese asnillo que ha muerto a sus cuatro meses, en acto de servicio, antes de que Zenobia le haya podido recitar unos versos de Juan Ramón.
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La concejala debería replantearse muchas cosas respecto al Belén, entre ellas la exhibición de animales vivos como atracción turística.
En otro orden de cosas, debería abandonar el populismo y destinar el presupuesto dedicado a una fiesta confesional a promocionar, mediante una puesta en escena similar, la industria, el comercio y la artesanía del pueblo en otras fechas más proclives para atraer turismo, como el verano. Hay pueblos de cinco a diez mil habitantes que organizan unas fiestas medievales como reclamo turístico para promocionar la economía local y les da unos resultados excelentes. En otros organizan fiestas relacionadas con su historia, su cultura y sus costumbres con la participación de todo el pueblo. Por poner un par de ejemplos.
En fín, «Quod natura non dat, Salmantica non præstat» (Lo que la naturaleza no da, Salamanca no (lo) presta).
Salud
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«Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales» (Mahatma Gandhi).
A la vista de cómo se trata en este país a los animales y la insensibilidad con que los gobernantes tratan a las personas, se podría decir que España está en la prehistoria…
«Cuanto más conozco a mis congéneres, más quiero a mi perro»…
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Una civilización es un grupo heterogéneo de personas en el que predominan los incivilizados. En España, además, gobiernan y con mayoría absoluta. Es posible, emulando a Calígula, que no notásemos si el senado y el congreso estuviesen copados por burros o caballos.
Salud
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