En España, la veracidad y la mendacidad conviven engarzadas como la realidad y el deseo en la poesía y la vida de Luis Cernuda. Es complicado caminar por la agenda cotidiana sin que la duda sea invocada y haga zozobrar los acomodos: la tensión es permanente y cada vez se exige más para evitar la sorpresa. La duda es el latido imprescindible que ofrece a las personas una oportunidad frente a la uniformidad inclemente de los mensajes recibidos.
Aceptar a ciegas como verdad cualquier realidad, expuesta en escaparates públicos y privados como reclamo de temporada, es una renuncia a la duda, una derrota aceptada. La vista y el oído sufren indefensión ante la avalancha informativa que diluye las verdades en el caldo de la mentira, como se ha demostrado en el programa Salvados dedicado al 23F. Medio país ha rasgado sus vestiduras ante una mentira narrativa sobre un hecho sembrado de dudas y privado de certezas.
La audiencia soporta que se le mienta, pero no encaja nada bien que se lo hagan saber. La jugada de Jordi Évole, junto a oráculos de la verdad colectiva como Ónega o Gabilondo, ha ofendido a parte de la audiencia en el momento de anunciar su ficticia condición. El confort social exige información indudable y sacerdotes fuera de toda duda que eximan al espectador de ser parte activa ante la noticia y la propia realidad.
Para la España engañada, la embustera sigue llamando crisis a lo que es estafa y así, en esa abstracción expoliadora, se siente menos insegura, menos obligada a condenar a los estafadores, más distante de la duda. Para Rajoy, cómplice principal de la estafa, la banca y España no han sido rescatadas y los sacrificios no afectan en exclusiva a los más débiles. En esa realidad travestida, el presidente dice a los españoles que la crisis ha pasado, aunque la realidad le desdiga.
En el debate del estado de la nación, se ha dado cristiana sepultura a la crisis citando elogios de quienes la inventaron, los mismos que han inventado la recuperación. Bajo la advocación de la Virgen del Rocío, San Isidro, Santa Teresa o la Virgen del Amor, se obra un milagro lento e incierto, es poco santoral para encubrir el continuo asalto al octavo mandamiento. Otros santos responderán de la prometida bajada de impuestos, ninguno del desprecio a los derechos humanos.
El bucólico parlanchín Rajoy ha hablado de una ficticia realidad a la ciudadanía que ha recibido su mensaje en directo o en diferido a través de medios de comunicación y redes sociales. Paisajes de El Dorado o de Jauja han coloreado su discurso y contribuido a su aceptación por el segmento manejable de la audiencia. El gobierno, desde las falacias de su programa electoral y de su práctica política, miente más y mejor que nadie en este país. Jordi Évole es un aprendiz. Nadie se ha rasgado la camisa.
El espectador debe decidir en cuál de las dos Españas creer, porque siguen vigentes las dos España. La comodidad induce a creer en la España donde la sanidad y la educación son privatizadas para que sigan siendo públicas, donde los salarios han crecido en los dos últimos años, donde la reforma laboral no ha producido cientos de miles de despidos o donde se ha evitado la escandalosa subida de la luz. Vaciados bolsillos y estómagos mal atendidos incitan a creer en la España maltratada por los mercados y por su propio gobierno.
[…] amparados ni serían bienvenidos y el presidente no tomaría la palabra para relatarnos una ficticia realidad, un país de fábula distinto al que vivimos. Tanta irresponsabilidad hay en su interior que, los […]
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En el Debate Rajoy habló de un país tan falso como el documental del 23F de Évole pero sin advertir al final de la mentira. Del programa sobre el falso 23F me desconcertó el tratamiento dado al rey aunque, pasados los días, me pregunto si tanta exaltación «juancarlista» hay que interpretarla adecuadamente.
De lo que pude seguir del debate, apuntar que me incomodó la respuesta de Rajoy a Rosa Díez por ofensiva, altanera y muy antidemocrática. No tengo buena valoración de esta dirigente política ni de su partido pero el linchamiento personal, que no político, entre las risotadas de sus acólitos, me pareció despreciable.
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Dicho queda: Rajoy (y su gobierno), hoy por hoy, mientemás y mejor que nadie.
Respecto al desprecio hacia Rosa Díez, creo que entra dentro de la feroz batalla que se va a librar por el voto de la derecha menos moderada de este país.
Salud
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Lástima de país de borregos tontos de remate,lo dicho,si son más tontos nacen orugas.
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Medio país, por ahora.
Salud
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