Artículo publicado en la revista Futuro
El sueño del futuro navega entre el insomnio del presente y las pesadillas del pasado con la incertidumbre de un despertar que confunde vigilia y modorra. Asistimos hoy a un duermevela incómodo y angustiado desde el que la realidad es zarandeada por una estafa globalizada que impide a las cabezas disponer de un minuto de sosiego. Así, privada del necesario descanso, la ciudadanía vive un presente torturador del que busca salir cuanto antes y del modo que sea. La sensación de que las pesadillas del pasado han cobrado vida de nuevo impide pensar con nitidez en un futuro que se antoja utópico y clava a las personas en un presente que se percibe eterno, como el fuego del infierno.
El relato senil de las generaciones de posguerra, tantas veces tildado como tabarra por la juventud, tantas veces repudiado como argumento de la historia, vuelve a la actualidad a través de unos postigos que la transición dejó entreabiertos. El pasado ha vuelto a recuperar el presente colocando en los tobillos y las muñecas de la población civil los grilletes de la desigualdad, la pobreza, la exclusión, la enfermedad, la incultura y otros cepos que forjaron la gramática española durante cuarenta años de dictadura. Con estos ingredientes narrativos, el pueblo asumió en el pasado el silencio como clamor y el miedo como sintaxis cotidiana.
Hemos pasado los últimos treinta y tantos años de democracia aprendiendo a hablar, aprendiendo a dialogar, aprendiendo a construir un discurso desde una libertad repentina sobre cuyo origen se corrió la tupida cortina de olvido pactada en la transición. Corrida la cortina, los sentidos sociales fueron convocados a mirar al futuro, con eufórico optimismo e ilusión entregada, por los mismos agentes que contribuyeron a cegar el pasado más reciente de España. El país guardó lutos, vendó heridas sin cicatrizar, condonó deudas pendientes, sacó botas de vino, desempolvó guitarras y los quejíos flamencos entraron en las listas de los 40 principales.
El pasado vuelve a ser el motor del segundero público de España que arrastra al minutero en sentido contrario al del progreso. El reloj político, empresarial y financiero ha iniciado una vertiginosa cuenta atrás movido por la maquinaria desempolvada por el Partido Popular y engrasada con los restos de la política conservadora practicada por el PSOE desde que decidió correr la cortina del olvido sobre su propia historia. El presente vuelve a ser prisionero del pasado y, sin presente, el futuro permanece en el limbo onírico de quienes se resisten a la condena de repetir su pasado. Los guardianes del pasado aplican de nuevo en el presente el léxico de la represión y la gramática de la supervivencia como base del discurso social, como piedra angular del relato que permite a los supervivientes del franquismo proclamar como última sentencia senil un lánguido y dolido “os lo advertimos”.
La juventud, despistada por el giro copernicano que han dado sus vidas a raíz de la estafa político-bancaria y atacada por el síndrome de abstinencia que la misma ha provocado en su sagrado consumismo, siente impotencia, acoso, frustración y, lo que es peor, no alcanza a otear un horizonte potable entre las sombras que envuelven su futuro. Anteayer oyó referencias a un esclavismo laboral pero no sabía qué era, ayer escuchó hablar de emigración pero pensó que eran batallas perdidas por los mayores, hoy sufre de lo mismo que sus abuelos y parte de esa juventud intenta construir un discurso alejado del silencio y del miedo, enfrentándose a los mismos fantasmas y demonios que sus padres y abuelos.
El futuro, para abandonar la utopía venciendo el pulso del pasado, necesita el empuje del presente, el empuje vital, atrevido y alegre de una juventud que ha de tomar las riendas de su destino si no quiere fenecer a manos de los mismos fantasmas que truncaron las esperanzas de sus antepasados. Mejor que nadie lo expresó Miguel Hernández: