«Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad». Séneca
84 inculpados, 400 testigos, 199 sesiones, 200.000 folios de sumario y más de 500 millones desaparecidos son datos a tener en cuenta para comprender los 5.500 folios de sentencia emitida sobre el caso Malaya siete años después. Tal complejidad puede excusar la tardanza si se tiene en cuenta que el sumario equivale a 147 Quijotes (edición de la Real Academia Española en el IV Centenario de la obra) y la sentencia a otros 4. Los 205.500 folios hubieran supuesto cadena perpetua para Don Miguel de Cervantes y tal vez una merma importante en su única mano.
La sentencia no ha causado alarma social, sino más bien indignación, al constatarse, una vez más, cómo son tratados los delincuentes hijosdalgo en coomparación con los plebeyos. El funcionamiento de la justicia es percibibido por la sociedad como más ajustado al estatus del delincuente que al derecho. Tal vez no sea así, aunque lo aparente. Si alguien tiene la tentación de pedir una aclaración sobre tan misericordiosas condenas, se arriesga a recibir un legajo de 1.360 folios de torcido y hermético lenguaje leguleyo. Mejor leer el Quijote.
Las condenas Malayas han provocado aflicción ciudadana y la situación personal de algunos condenados causa inquietud y angustia democrática. El caso Malaya es un paradigma del maridaje corrupto entre empresarios y políticos, dinero negro y adjudicaciones, beneficio privado y deuda pública, bolsas de basura repletas de billetes y rescate financiero, privatizaciones y mengua de derechos. Marbella es una versión bonsái de España por el tamaño de su término municipal y la talla de sus políticos.
Rafael Gómez «Sandokán», joyero cordobés de porte excéntrico y pintoresco apodo, se sumó a la cultura del ladrillo, quizás atraído por su enjoyada clientela, y asistó a una extremeña y elitista escuela donde se reunía la intelectualidad del pelotazo y el blanqueo. Entre partidas de póquer, con apuestas de hasta 3.000 euros y copazos de Chivas, aprendió los rudimentos de la profesión y se lanzó a la aventura. Su negocio no entendió de papeles ni leyes, sólo de beneficios, multas, más de 40 millones del Ayuntamiento de Córdoba, y una egolatría que le llevó a instalar en Fuengirola la estatua del Arcángel San Rafael con su propia cara, su melena y hasta su bigote.
«Sandokán» lo quería todo y, ya imputado, se presentó a las elecciones municipales, aquí la ley volvió a dar motivos para el descrédito popular, y salió elegido concejal y diputado. Alumno aventajado de la escuela marbellí, se ha refugiado en bufetes y cargos públicos con la esperanza de esquivar la justicia en una u otra trinchera. Su sonrisa tras conocer la sentencia es un rictus de satisfacción, una herida en el sistema judicial y una mofa más al denostado cuerpo de la democracia española.
España se ha convertido en una selva con escasos árboles y exigua ley. Cabría pensar que las cosas no suceden porque sí y que obedecen a arcanos designios de humanos que piensan en el poder como antesala de un Olimpo elitista y exclusivo. Cabría pensar que la politización de la Justicia y la judicalización de la política son partidas de póquer amañadas donde siempre ganan los mismos y siempre pierde el pueblo.
¿Cabe pensar que la suave sentencia Malaya ha sido dictada en clave Bárcenas o Urdangarín? ¿Cabe pensar que una condena como Dios manda hubiera supuesto el cimiento de un jaque al Gobierno de la nación y a la Casa Real? ¿Cabe pensar que el caso Malaya justifica la creencia de que ambos casos quedarán en nada? ¿Cabe pensar que la justicia es igual para todos?
«Fiat iustitia pereat mundus»: hágase la justicia aunque perezca el mundo.