Caridad y minusvalía social

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Narra Plutarco (Vida de Licurgo) que en Esparta un consejo de ancianos examinaba a los recién nacidos para comprobar que eran sanos y fuertes. Si no lo eran, se les llevaba al Apóthetas, un barranco al pie del monte Taigeto, donde eran arrojados o abandonados para librar así al estado de personas con mermada productividad. Ser espartano/a implicaba ser una persona completa, ajustada a un patrón social, una persona válida en definitiva. Las personas incompletas o desajustadas eran minusválidas y, por tanto, deshechables socialmente.

Veintiséis o veintisiete siglos después, la sociedad continúa ofreciendo el Apóthetas como destino natural de las personas consideradas un lastre para el entramado económico que rige la convivencia. Entre arrojar por el barranco y abandonar en el barranco hay un matiz civilizado, un barniz humanitario, un decorado de beneficencia que alivia la conciencia de las personas válidas y subraya las taras invalidantes con tinta de lástima y compasión. La sociedad recurre a la caridad como sucedáneo del derecho manteniendo la minusvalía en el ámbito de la voluntad divina.

Ampliar el ancho de una puerta o compaginar escalones con rampas sigue suponiendo, para buena parte de la ciudadanía, un lastre económico más que una contribución a facilitar vidas ajenas sin trabar las propias. El estado inició hace años un camino, por la vía de los derechos, para paliar los bolardos cotidianos que entorpecen la vida de personas con problemas de movilidad o adaptación por nacimiento, accidente o enfermedad. La indolencia o la ignorancia a la hora de aplicar la Ley hace necesaria la alerta ciudadana a nivel particular o asociativo.

A día de hoy, como consecuencia de la crisis/estafa, y también del ideario neoliberal que supedita los derechos a la calidad de los bolsillos, las minusvalías físicas y mentales viven una situación dramática. Éstas se hacinan en el barranco Apóthetas con la minusvalía social que afecta a millones de parados, millones de pensionistas recortados y millones de asalariados cuyos sueldos y condiciones laborales no les pemiten acceder a un mínimo de dignidad vital. El escalón de la desigualdad social es insalvable, insoportable, inmoral e impuesto desde los gobiernos.

Las tareas de los gobernantes, sólo sensibles a la interpelación de los mercados, son asumidas por asociaciones de todo tipo que buscan un oasis cavando en el desierto con la pala del corazón y el pico de la solidaridad. Consiguen mitigar alguna necesidad puntual ofreciendo un espectáculo de humanidad que ensombrece aún más la pérfida y salvaje actitud de la banca, las multinacionales y sus lacayos políticos. Es hora de preguntarse por qué se rescata a la banca y no a las personas, por qué se permiten los paraísos fiscales, por qué se impone la esclavitud laboral o por qué se privatizan el dolor y la ignorancia.

Los gobiernos dicen que el pueblo, usted o yo, ha vivido por encima de sus posibilidades, que no hay dinero (60.000 millones para la banca a pagar entre usted y yo, sus nietos y mis bisnietos), que sanidad, educación, dependencia o pensiones no son sostenibles como sí lo es la deuda ilegítmima contraída para el rescate bancario. Los gobiernos tratan de esconder sus vergüenzas y las de los mercados apelando a la caridad y la beneficiencia como último recurso. Tenemos un gobierno minusválido, un gobierno tullido en su máquina de bombear sangre que sólo mueve glóbulos azules o áureos.

Para que cada persona entienda que lo suyo no es tan malo, y que eso es lo que hay, TVE expropia a Canal Sur un programa, Entre todos, con un formato que atornilla a la audiencia en el sofá consolándose con el mal ajeno y lamiéndose las heridas de la impotencia. Es una muestra de la caridad publicitada por el gobierno al modo de las cuestaciones para chinitos o negritos que antaño sacaban de casonas y palacios a burgueses y aristócratas para cambiar pegatinas por céntimos a un pueblo llano y, como hoy, necesitado. Era y sigue siendo su forma de redimir culpas y comprar a plazos una plaza en el cielo.

Solidadridad, toda; caridad y beneficiencia, ninguna; luchar por los derechos, siempre.

8 comentarios el “Caridad y minusvalía social

  1. Sergio dice:

    Permítame quitarme el sombrero ante esta entrada.

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  2. Es que el propio gobierno corrupto y mentiroso que ha usurpado la democracia reconoce que las ayudas a la banca no se recuperarán (total, calderilla) y aquí no pasa nada. Seguimos retrocediendo décadas a ritmo de vértigo y no pasa nada. Quiera el COI que no nos den los Juegos, porque entonces España vovlerá a ser el imperio reluciente que asombraba al mundo. Ni crisis ni gaitas.

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    • Verbarte dice:

      Con suerte, en Madrid o, ¡los dioses lo quieran!, en otro lugar cualquiera, el pabellón español será rescatado por los paralímpicos.

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  3. Pedro Sáez dice:

    Magnífico artículo Verbate, como todos, enhorabuena por el mismo.
    La alerta ciudadana en general, como siempre, carece… carecemos de la suficiente cultura o ánimo para exigir lo que la conciencia individual y colectiva siente, no se distinguir muy bien si por ignorancia, por miedo, por pasotismo o por el marketing que tan bien maneja ésa “banca, mutinacionales y lacayos políticos” a los que haces referencia.
    En todo caso, hasta que esto no ocurra estamos perdidos.

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    • Verbarte dice:

      La conciencia individual suele estar distraída en menesteres consumistas y pensamientos posesivos. La conciencia colectiva tiene para elegir en las parrillas televisivas, los eventos «deportivos» y el entretenimiento programado por los poderes.

      Estamos a expensas de un salvador que soluciones lo que gran parte de la sociedad (esa que permanece en silencio en sus casas y no protesta, según Rajoy) no está dispuesta a solucionar por sus propios medios y eso es peligroso, muy peligroso.

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  4. madamebovary dice:

    Ayer tarde precisamente, en el curso de una visita, pude ver un fragmento del mencionado programa televisivo; me recordó el ‘Ustedes son formidables’ de Alberto Oliveras, salvando las distancias: otros tiempos, otro guión y un artista de la radio. Y pensar que eso no iba a volver; y menos en la TV pública.
    Pero el meollo del asunto es el sistemático expolio (este sí) que se aplica con intención, eficiencia y perseverancia. El agua y la mierda suben; y no hay cuello tan alto que se pueda librar de que lleguen a su nivel.

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