La FAO, Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, es una de esas instituciones que sirven básicamente para mostrar la incierta utilidad de su propia existencia propiciada por quienes la controlan. Sus informes, aparentes denuncias de lo obvio, cumplen la doble función de alertar sobre desastres humanos y servir de soporte para que las grandes corporaciones tengan a mano gratuitos estudios sobre los que establecer sus estrategias de negocio. La FAO ha dicho que comer insectos puede ser una solución al hambre en el mundo.
Entiende la FAO que es una solución para la parte humana del mundo condenada al hambre y a la miseria por la otra parte inhumana. El orondo y opulento primer mundo presenta ante tal dieta, según el informe, una barrera psicológica, el “factor asco”, y propone estrategias de comunicación y programas educativos para abordarlo. Tanto funcionario, tanto presupuesto, tanto tiempo, tanto talento y tanto atrevimiento, para elaborar y presentar semejante informe, dan asco y asco da pertenecer a esa versión del género humano.
En Europa se desechan anualmente 69 millones de toneladas de productos alimenticios. La Política Agraria Común (PAC) exigió a España arrancar cultivos y deshacerse de ganado para estabilizar precios. La dieta mediterránea está siendo relegada por la comida basura. Las etiquetas bailan sobre los envases y ya no se sabe si se come vaca, caballo, alce, liebre o gato. La banca, Goldman Sachs, ha creado y controla la burbuja alimentaria del mercado de futuros. Grandes corporaciones como Monsanto han patentado la alimentación transgénica. La industria farmacéutica hace caja con los remedios naturales. Todo ello presuntamente basado en informes de la FAO. Da asco.
El mapa de África, tan cercana y tan lejana, da fe del trato que el primer mundo le ha dispensado. Los trazos de sus fronteras, marcas de un experto cocinero que señalan sobre la tarta las porciones a repartir, son las cicatrices de una violación continua sufrida durante siglos. África ha sido despojada de sus riquezas minerales por empresas del primer mundo, le sobra armamento y odio vendidos por el primer mundo, es el basurero tecnológico y radioactivo del primer mundo, se muere de SIDA con la bendición del primer mundo, sus caladeros son explotados por piratas del primer mundo y su fauna es exterminada por caprichosos golfos adinerados del primer mundo. ¿Y qué recibe a cambio del primer mundo? Una dieta de insectos, un rally, un mundial de fútbol y una patada en sus pateras. Un asco.
Asia, cuarto y mitad de lo mismo. Asia es ahora el zulo donde producen, a precios de esclavitud y muerte, la mayoría de las empresas competitivas, deslocalizadas y globalizadas, del primer mundo. Las grandes bolsas de miseria asiáticas son el germen necesario para el fruto financiero de las bolsas del primer mundo. Las grandes empresas que esclavizan en Asia osan decir que crean riqueza en India, Pakistán o China, que generan dinero para muchas familias que de esta forma pueden comer medio plato de arroz al día. Y para diversificar la dieta, la FAO recomienda la ingesta de insectos. De verdad que da asco.
Las multinacionales tomarán nota del informe y no tardarán en crear la industria del insecto precocinado listo para consumir. Pronto patentarán moscas y cucarachas transgénicas de sabor a canela, crearán fábricas para el liofilizado de escarabajos al limón y comercializarán máquinas de envasado de arañas glaseadas y mariposas con nata. ¿Le da asco? Pues váyase preparando porque las perspectivas económicas de más de seis millones de parados, de más de un millon de familias sin ingresos y de quienes están condenados a unas condiciones laborales similares a las asiáticas, aconsejan vencer la barrera psicológica del asco en España. Comer insectos o comerse unos a otros, un asco en cualquier caso.