Hay vidas enteras de personas y de familias que caben en una caja de zapatos, en una caja de latón decorado o en un álbum con separadores de seda, cubiertas imitación de piel y doradas letras. Los cofres no hacen tesoros y una caja de zapatos, de latón, o un álbum no son nada sin las fotografías que albergan, historia en conserva para consumir preferentemente después de su fecha de caducidad. La historia y la vida, la memoria y el presente, el recuerdo y las perspectivas, están ahí para ser contrastadas cotidianamente y escucharlas para aprender.
Hay palabras rotundas que engarzan los relatos con precisión de relojero y permiten encajonar los capítulos de la experiencia vital en sonetos, quintillas e, incluso, pareados. Las palabras, por sí mismas, no hacen los poemas y se necesitan unas a otras para redondear la métrica del pensamiento y establecer la rima adecuada de lo razonable. También necesitan significados, concretos y consensuados, para comunicar y servir de puente entre las personas. Las ideas, estuchadas en palabras, sirven a la historia, la vida, la memoria, el presente, el recuerdo y las perspectivas.
Hay gentes que revuelven las cajas de la historia usando el lenguaje, las palabras, con la intención manifiesta de acomodar el pasado a su pensamiento presente, en lugar de observarlo con prudencia para no repetir errores y perfeccionar en lo posible la insoportable actualidad. Hay voces que tintan el hoy con el sepia de un pasado más negro que blanco, más gris que colorido. Hay voces que, hablando hacia atrás, desoyen las rimas y ponen en peligro la poesía del futuro. Hay voces que exigen una vigilia atenta para que el taladro de la manipulación no perfore los oídos.
Corrían los primeros años de la democracia cuando Alfonso Guerra, sotana de pana y labia descamisada, se subía a los populistas púlpitos y cargaba su poesía de pasado haciéndole un roto a Gabriel Celaya y su poesía cargada de futuro. ¡Que viene la derecha! ¡Que vuelve el franquismo! ¡Que viene el lobo! exhortaba, y la masa enardecida coreaba ¡Dales caña, Alfonso, dales caña! La apelación de Guerra al pasado reciente sirvió para dos cosas: una, para que el pueblo desplazara su advertencia al ámbito del chascarrillo recurrente, y, otra, para que la derecha hibernara su ideología real e irrenunciable a la espera de tiempos mejores.
Las tres últimas décadas han servido para varias cosas. 1: Alfonso Guerra y el PSOE evidenciaron que la S y la O eran letras ornamentales alejadas de su signifacado histórico; 2: Alianza Popular se travistió como PP y durmió plácidamente a la espera del beso de un príncipe azul; 3: el PSOE demostró con hechos y decretos que el militarismo, los contratos basura o la corrupción no eran patrimonio exclusivo de la derecha; 4: el PP despertó besado por Aznar y el pueblo comenzó a sospechar que ambos partidos guardaban indecentes parecidos; 5: los lobos pastorearon a sus anchas entre el rebaño desprevenido; 6: unos y otros impusieron el fraudulento bipartidismo; 7: el PP se ha quitado la piel de cordero y muestra su cruda naturaleza en sus políticas y, sobre todo, su discurso. Hay más “utilitarismo” en la transición, pero no hay que flagelarse hasta morir.
El PP ha recuperado, al más puro estilo Guerra, un estilo político y un discurso extraído de su rancio pasado y alejado de las realidades ciudadanas que habitan hoy España. Rescatar el nazismo, el fascismo, el comunismo o el terrorismo, como materia prima para armar el relato del presente, inquieta. Cuando el PP, sus medios y hasta la iglesia esgrimen palabras tan contundentes y las acompañan con un dedo criminalizador, están componiendo un poema pretérito de rima peligrosa y métrica desoladora.
Lo más sobrecogedor es el silencio, lúgubre, irracional, fúnebre, que intentan imponer a la voz del pueblo. Todo totalitarismo comienza por situar frente a una tapia, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, la libertad de expresión y de reunión. Sospecho que lo saben. Lo demás vendrá después.
Unos y otros debieran revisionar la película de Chaplin El gran dictador.
Brillante análisis de la realidad española. Lástima que sea así, pero es acertado. Y brillante.
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Acomodar el relato a la propia conveniencia es la manipulación más dañina. No es fácil desmontar discursos falaces construidos con los moldes de la retórica facilona y tabernaria, cosa (desmontar) que hace con mucho acierto en su artículo. Muy bien.
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