Corrupción e ideología de mercado

Geografía de la corrupción

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En la antigua Grecia, las ideas paseaban libre y públicamente por el ágora como ejercicio saludable compartido y practicado por la ciudadanía con respeto y placer. De sus encuentros y desencuentros surgieron diferentes escuelas filosóficas que competían entre sí, de forma civilizada, en un afán por establecer racionalmente los principios que organizaban y orientaban el conocimiento de la realidad y el sentido de las conductas humanas. Los paseos de las ideas transcurrían por senderos que buscaban convencer, no vencer, y a veces acababan en una plácida y productiva convivencia que las enriquecía. Paralelamente, lejos del ágora, apostados en las oscuras esquinas del poder, gobernantes, militares y sacerdotes competían para imponer sus principios y sus conductas en base a creencias inverosímiles y al uso de la fuerza como eficaz relevo de la razón.

Las ideas siempre han cuestionado los actos humanos abordando su naturaleza y siempre han inquietado a quienes, por desidia o incapacidad, no las utilizan y prefieren tomar el dudoso atajo del dogma impuesto por ley y defendido con el miedo y el castigo. Así lo entendieron quienes decidieron dominar a la ciudadanía, y conminaron a los filósofos a ceder el ágora abrochando las ideas con los botones de la teológia y el sólido hilo de las leyes enhebrado en puntiagudas lanzas. Desde entonces, el ojo divino ha escrutado la filosofía señalándola como enemiga de los dioses y de los hombres, desterrándola de la libre razón cotidiana y reemplazándola por la obediencia ciega. Desde la Grecia clásica hasta hoy, sacerdotes y militares, al servicio de gobernantes y mercaderes, han ido adaptando sus supersticiones y leyes a diferentes épocas y lugares.

En la reciente historia, moderna y posmoderna, se han movido sobre el tablero las piezas necesarias para elaborar una jugada maestra que ha dado jaque mate simultáneo al rey blanco y al rey negro. Mercaderes, soldadesca, gobernantes y clero han creado un único dios, verdadero como todos los dioses, que aúna en su simbología los intereses de todos sus creadores. Los viejos dioses permanecen como antiguallas para el culto del inculto, la vieja filosofía ha sido exiliada como facultad humana y sólo quedan de antaño los miedos, los pecados, los castigos y las penitencias para doblegar de manera sumaria a los ateos. El dinero se ha impuesto como dios omnipotente. La proximidad al cielo o al infierno y la pureza de las almas se cotejan hoy en los cajeros automáticos.

Aunque a nadie convenza, a todo el mundo vence el dinero, impuesto como objetivo primordial en el llamado mundo desarrollado. Por dinero se trabaja, se ama, se odia, se discute, se secuestra, se mata, se gobierna, se legisla, se absuelve, se condena, se enferma o se sana. Los perversos filósofos, que aún alguno queda, a diario preguntan «¿por dinero se vive?» sin obtener más respuesta del pueblo que gachas cabezas cubiertas por el sombrero del miedo y rostros que reflejan el sonrojo producido por pecados no cometidos. Quienes se consideran libres de pecado, por su cercanía al dios omnipotente, ofician el rito de amasar fortunas procedentes, como siempre, de pobrezas ajenas.

La religión del dinero es la nueva plaza donde pasean las ideas, la nueva ideología. Ya no hay izquierda, centro o derecha. Los partidos políticos que nos gobiernan, los sacerdotes del IBEX, los militares del FMI, todos adoran a este dios y siguen a rajatabla las nuevas tablas de la ley dictadas por los mercados y escritas con las miserias del pueblo exsoberano. Es su nueva y única ideología; la corrupción, la estafa, la mentira, la manipulación, el indecoro y el daño al prójimo, ya no son pecado. Todos los partidos políticos, sin excepción, se aplican al saqueo de la ciudadanía para levitar hasta los cielos. Hasta tienen su propia geografía de la vergüenza en Google, muy complicada de actualizar.