Señor Presidente:
Permítame dirigirme a usted desde mi condición de plebeya pluma y ciudadana inquieta que aún, con la que está cayendo, confía en que su país, el suyo y el mío, siga siendo una democracia a pesar del monárquico nombre que se le impuso al registrarla en la Constitución y que dejó la soberanía popular como apellido bastardo. Soy consciente de que sus ocupaciones le impiden escuchar o leer los pensamientos que la ciudadanía pueda albergar en sus humildes cerebros y soy consciente de que tiene usted a su alcance voces más halagadoras y aduladoras a las que prestar atención. A pesar de ello, confío en que alguno de sus cargos de confianza se haga eco de mis cuitas y se las haga llegar aunque sea en calidad de enemiga a batir.
Comprendo que la zozobra se haya instalado en los desvanes del palacio que los españoles le han cedido temporalmente, por cuatro años renovables en las urnas, y que las bodegas de La Moncloa dejen escapar un frío presagio que incomoda a su presidencial esqueleto. Usted se beneficia hoy de unos resultados electorales en los que sus adversarios perdieron, que no es lo mismo que ganar, y está dedicando todos sus empeños a satisfacer los deseos de quienes le han allando el camino, sin contar para nada con los deseos de quienes se dejaron camelar por usted y los suyos y acabaron votándole. No es mi caso, porque no le voté, pero es el caso de muchas personas conocidas que dedican cada día unos minutos de sus angustiadas vidas a maldecir la hora en que le votaron.
Usted y los suyos se pasaron siete años señalando al anterior gobierno como culpable de todos los males de España, incluido que el Madrid no ganara todas las ligas o que no lloviese en verano. Acusaron, como era su deber, al anterior gobierno de los vaivenes de la prima de riesgo, denunciaron la corrupción real que rodeaba a sus rivales, dijeron que sólo su partido sabía qué hacer para salir de la crisis, afirmaron que con ustedes se crearía empleo, sostuvieron que la RTVE estaba manipulada políticamente, declararon que no subirían los impuestos y garantizaron que rescatarían la libertad para los españoles. Todo eso prometió usted a los españoles como un enbaucador de feria que se gana la vida vendiendo duros a cuatro pesetas.
Lleva usted algo más de un año como presidente, desde el 20 N de 2011 ¿se acuerda?, y en España el Barça sigue ganándolo casi todo, en verano continúa sin llover, la prima de riesgo sigue a su bola, no ha cesado la crisis, han subido las cifras del paro, la RTVE -previa purga de desafectos- se ha convertido en el NODO particular de su partido, han subido los impuestos, han bajado pensiones y salarios, han desmantelado lo público, la libertad ha sido encarcelada y, para colmo, la corrupción cubre España al máximo nivel alcanzado en nuestra historia.
Comprendo que el balance no es esperanzador y que yo, en su lugar, mantendría un silencio total y sospechoso como el que usted luce desde que llegó a La Moncloa. No es, desde luego, usted culpable de nada de lo que está pasando en el país que le eligió para gobernar porque cada persona es responsable de sus actos y usted actúa por encargo y en nombre de otros. Usted fue candidato porque su amigo José María así lo dispuso; usted se presentó a las elecciones porque las facciones de su partido reservaron el papel de don Tancredo a su gris perfil político; usted ganó unas elecciones, ya lo he dicho, por demérito de sus oponentes; y usted gobierna al dictado de empresarios, Merkel y Rouco Varela. Me ratifico en mi opinión de que usted no es responsable de nada, usted es inocente, usted, en suma, es un inocente irresponsable.
Me dan pena usted y su mediocridad, de veras. Un personaje anodino como usted no se merece la carnicería que augura el sonido de afilador que emiten los despachos de Aguirre, Gallardón o Cospedal. El afilador está haciendo su agosto y las puñaladas de los suyos, entre los suyos, no tardarán en alfombrar de rojo los pasillos de la calle Génova. Usted no se merece esto, señor presidente. Su simpleza le exculpa y le sitúa en el cadalso como el tonto útil que servirá a otra o a otro para ocupar su apetecible lugar en La Mocloa.
Por su bien, señor presidente, dimita de una vez y convoque elecciones para ver si el pueblo estafado continúa confiando en su partido.
Si no lo hace por su bien, hágalo por el bien de su querida España. Una servidora y millones de españoles le quedaremos agradecidos.
¿Dimisión?. ¿Qué es eso de dimisión?. Esta palabra no figura en el vocabulario de la cutre casta política de nuestro país, que se agarra a la poltrona cual garrapata, da igual de qué siglas sea.
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Ni Rajoy dimitirá, ni Arenas, ni Montoro ni ninguno de los que defendían a Bárcenas como persona honorable. Ni dimitirá nadie del PP que le ha estado pagando la minuta al abogado defensor para que librase a Bárcenas de sus fechorías. Ni dimitirá nadie de los que han seguido permitiendo que el ex-tesorero mantuviese hasta ayer mismo despacho, secretaria y coche oficial a su servicio.
Recuerdo que el PP madrileño, hace años, pidió y forzó la dimisión de un concejal, cuyo nombre no recuerdo, porque usaba un aparcamiento indebidamente. Recuerdo que, hace tan sólo dos años, el PP exigió y forzó la dimisión del ministro de justicia Fernández Bermejo porque se fue de cacería a Jaén sin la licencia correspondiente.
Ahora, sin embargo, todo el PP se desmarca de los vergonzosos hechos de Bárcenas y parece que nadie va a dimitir porque, dicen, que ya no es del partido. Indignante.
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Y Garzón, como la juventud, buscándose la vida en el extranjero porque pinchó el teléfono de los abogados para evitar que se evadiera el dinero negro de la Gürtel.
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Y D. Felipe González dijo: «Garzón ha pisado varias rayas rojas». ¡Muy elegante!
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D. Felipe González otro perla que tampoco dimitió en circunstancias muy similares a las de Rajoy. Tal para cual.
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