El tren del susto.

El tren de España transita por las estrechas vías que la democracia construyó para que el pueblo saliera del monoraíl dictatorial que durante cuarenta años constituyó el único camino por donde podía discurrir el pensamiento de la ciudadanía. Las estaciones electorales mostraron, durante las décadas de los 80 y los 90, el ajetreo propio de quienes creyeron que podían elegir en libertad los destinos de sus vidas y, en este sentido, cada cual sacaba los billetes para emprender su viaje particular.

La pizarra de los destinos estaba repleta de opciones con trenes variados y horarios para casi todos los gustos y necesidades. Los andenes mostraban un trasiego desconocido en España, y en ellos coincidía el electorado intercambiando impresiones e ilusiones centradas en el viaje que terminaba y el que comenzaba, hasta que el factor anunciaba el resultado electoral y la partida del tren hacia el nuevo destino. Todos subían al tren mostrando un muestrario de satisfacciones o contrariedades acorde con los billetes sacados antes de la partida y la dirección del viaje decidida por mayoría.

Sin saber cuándo, la ilusión por decidir personalmente el destino fue sustituida por un sentimiento de frustración porque los viajeron comenzaron a notar que los billetes adquiridos en las ventanillas electorales se devaluaban como herramientas para elegir la estación de destino y servían exclusivamente para decidir quién sería el nuevo maquinista de un tren que ya tenía una sola vía de circulación y las demás alternativas se habían convertido en vías muertas. Se sacase el billete que se sacase, el tren seguía siempre la vía neoliberal y los viajeros solo percibían cambios en los uniformes del personal de servicio o la tapicería de los asientos.

En esta tesitura nos hemos adentrado en el siglo XXI, se han modernizado las vías, ha aumentado la velocidad del tren, el decorado se ha investido de nuevas tecnologías y las estaciones son de diseño. Sin embargo, cada vez que se convocan elecciones, el personal acude en menor número a los andenes y se compran los billetes más por desacuerdo con el conductor saliente que por confianza en el entrante. El AVE de la democracia transporta hoy menos viajeros que los viejos Talgos y mercancías y, para colmo, es caro, carísimo.

No obstante, los candidatos a ocupar el puesto de maquinista, luciendo vergonzantes canas políticas sobre sus cabezas, son los mismos que conducían las viejas cabinas manuales y analógicas de hace cuarenta años y se niegan a abandonar el negocio ferroviario para dar paso a un nuevo sistema y a un nuevo personal. Estos mismos candidatos se encargan de convencer a los viajeros de que, independientemente de sus voluntades, han elegido el mejor billete para que ellos, los políticos, y sólo ellos, alcancen su destino. Un destino que habitualmente se distancia mucho de las apetencias y necesidades del pasaje.

Vemos cómo las estaciones se han cubierto de carbonilla desencantada y basura publicitaria sobre las cuales la ciudadanía camina fríamente para acercarse a las urnas y depositar su voto con languidez, con pesimismo, con desconfianza y, en demasiados casos, con la nariz tapada. Sólo en dos estaciones de la red ferroviaria española quedan restos de esperanza de que los billetes puedan servir para elegir sus destinos: el País Vasco, que ya ha expresado su voluntad de cambio de destino, y Cataluña, a punto de hacer lo mismo.

Quienes manejan las vías y los trenes españoles tiemblan y temen que en ambas comunidades puedan proponer un ancho de vía diferente y unos destinos decididos por los billetes adquiridos por vascos y catalanes. Ante la amenaza de bajarse del tren secuestrado por PP y PSOE, el actual gobierno tiene la ocurrencia de rescatar una vieja y anquilosada máquina de vapor repudiada por la sociedad española y resucitar el execrable eslogan publicitario de la «unidad de destino en lo universal”.

España necesita nuevos destinos y abandonar como sea la vía neoliberal de forma madura y sosegada. El reto para los maquinistas está en escuchar las demandas de los viajeros y actuar en consecuencia conduciendo el tren español por la vía más adecuada al destino solicitado mayoritariamente. De no ser así, volveremos al monoraíl, si es que no hemos vuelto ya.

3 comentarios el “El tren del susto.

  1. Alejop dice:

    Se puede decir mas alto pero no mas claro, es un retrato de la vida política de este país, donde existes las clases sociales : nobles, políticos y pagadores de impuestos que a su vez son sufridores de las dos anteriores.
    Esto puede cambiar si echamos los sobres en blanco en las urnas, pues supongo que es la única forma de de que esta «gente» se marche a su casa y dejen de arruinar a este país.

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  2. JRA dice:

    Llamar neoliberal a este régimen equiparable al peronismo es un sarcasmo. A ver si deja de prostituir el lenguaje y alterar el significado real de las palabras. Ya quisieramos un régimen y una constitución liberal en lugar de un turno tongo de partidos peronistas de izquierda y derecha.

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