«Días mundiales de…» (hoy, Alzheimer).

Las cosas cotidianas, las evidentes y universales, necesitan que se les asigne una fecha concreta en el almanaque para celebrarlas, pelearlas o sufrirlas, según los casos. Marcar una fecha concreta en el calendario parece que nos autoriza a olvidar la conmemoración durante el resto del año, lo que no deja de ser estremecedor para una sociedad que actúa según le marcan las agendas y las urgencias inmediatas. Lewis Carrol se percató de que recordar las cosas importantes un sólo día era un desatino y propuso que Alicia y el Sombrerero Loco celebrasen el No Cumpleaños en el País de las Maravillas.

Las hojas del calendario caen a razón de una diaria, arrastrando en su caída las causas memorables que se celebran en cada hoja desprendida. El día de la Paz permite 364 días de guerras -algunas de ellas “olvidadas”-, el día del medio ambiente permite 364 días de contaminación salvaje, el día de la mujer trabajadora permite durante 364 días su condición de doble trabajadora, el día de los derechos humanos permite su pisoteo durante 364 días, el día del libro permite 364 días de vana televisión alienante, el día contra el racismo permite 364 días de xenofobia… y así los 365 días del año. La memoria es demasiado corta comparada con el olvido.

La celebración de cada “Día de” permite a los colectivos homenajeados asomar activamente la cabeza a una efímera actualidad de 24 horas para conmemorar o reivindicar aquello que permanece guardado en el arcón del olvido colectivo durante el resto del año. Las autoridades suelen adoptar esos días una pose de compromiso y de implicación con la causa, retocada por el photoshop del oportunismo que no consigue eliminar las manchas de desinterés e incomodo que, salvo excepciones, suelen mostrar la mayor parte del tiempo. La población en general suele participar de estos eventos con el entusiasmo fugaz y ficticio de una boda previamente anunciada, pero algunas personas, muy pocas, entablan una relación duradera con los organizadores dando el mayor de los sentidos al evento.

El 21 de septiembre toca el Día del Alzheimer, desgraciado patrón del olvido, y en todo el mundo se celebran actos y se derrama tinta para recordar y explicar la existencia diaria de este azote social que golpea a quienes contraen el síndrome y a todo su entorno. Esta enfermedad es todo un síntoma y un referente para explicar algunos comportamientos sociales con los que no acaban de casar semánticamente adjetivos como «humano» o «solidario». La pérdida de la memoria por parte de personas con Alzheimer jamás debería acompañarse del olvido con el que suelen ser tratadas en demasiados casos y por demasiada gente.

Aconsejan los expertos que el paciente de Alzheimer viva en su entorno el máximo tiempo posible. Sin embargo, muchas familias, desprovistas de información suficiente o de medios para hacerlo posible, organizan la vida de los afectados adecuándola a la de la propia familia, lo que provoca una desorientación en estas personas que, unida a la desorientación de la familia, puede convertirse en un cóctel explosivo para todos y conducir a las frías estancias del olvido que son el reparto temporal del marrón entre los miembros de la familia o las residencias. Cada cual olvida en función de su formación o, desgraciadamente, de su poder adquisitivo.

En cuanto a la responsabilidad social del estado, nutrido con los impuestos de todos, el olvido roza los límites del delito y se traduce en unos recortes en sanidad y en dependencia, gravemente perjudiciales para la salud y la convivencia, que repercuten en la calidad de vida de quienes tienen el Alzheimer como inquilino en sus vidas y en quienes tratan de luchar contra la enfermedad desde asociaciones que han visto también recortadas las subvenciones públicas o de las obras sociales de instituciones finacieras que premian multimillonariamente a quienes las han gestionado mal. Lo más inquietante de este gobierno no es que sea capaz de olvidar el pasado o el presente, sino su capacidad para olvidar incluso el futuro más inmediato.

En otro orden de olvidos se sitúa la incomprensible, irracional y medieval oposición de la Iglesia Católica a la investigación con células madre embrionarias. Carece de sentido, en el siglo XXI y en cualquier siglo, privar a la ciencia de su necesaria y obligatoria labor investigadora de cara al progreso de la humanidad y a la eliminación de cualquier tipo de sufrimiento. Su posicionamiento en éste y en otros temas no sólo es nocivo sino peligroso, dado el predicamento y la influencia que la Conferencia Episcopal tiene sobre este gobierno. Rectificar es de sabios, pero la Iglesia necesita 500 años de media para reconocer sus errores.

Convendría hacer un esfuerzo para que todos los días del año fuesen días del Alzheimer, de la paz, del medio ambiente, de la mujer, de los derechos humanos, del libro y de cuantas causas merecen la pena en este mundo inmundo que diariamente nos construyen y construimos.

De los “Días de” que patrocinan los grandes almacenes mejor olvidarse y concentrar los esfuerzos y los cariños en aquéllos que realmente merecen la pena.

Un comentario el “«Días mundiales de…» (hoy, Alzheimer).

  1. Pilar dice:

    Me gusta mucho como has desarrollado este tema para informar y sensibilizar a la gente.

    Un abrazo 🙂

    Me gusta

Los comentarios están cerrados.