Uno de los productos más genuinos surgidos de la Gran Depresión de 1929 fueron las bandas de gánsters que tomaron las calles y alargaron sus tentáculos desde el puesto callejero de perritos calientes hasta los sillones de congresistas y senadores. Sus métodos, basados en la amenaza y el chantaje, les ofrecían unos beneficios económicos y sociales que algunos invirtieron en empresas y negocios desde los cuales siguieron practicando su propia economía cada vez a mayor escala. La unión de varios gánsters de barrio dio lugar al nacimiento de bandas o clanes organizados y la unión de varios de éstos a una familia. Poco más o menos como sucede hoy con los grupos y fusiones empresariales, financieras e incluso políticas.
Una banda de gánster que se precie debe contar con un padrino, un par de lugartenientes, matones (muchos matones), socios externos para blanquear e invertir el dinero sucio, un par de automóviles negros, un arsenal de armamento ligero, un par de garitos de reunión, una o dos rubias enamoradizas y una indumentaria reconocible en la calle y los despachos por propios y extraños. Sus objetivos son el dominio absoluto de la calle y los despachos y la vigilancia de las familias rivales que operan en su mismo territorio. Siempre es buena la competencia por si se necesita un aliado contra un rival más fuerte que pueda surgir o venir del exterior.
A menudo, los choques de intereses producen sangrientas refriegas entre dos clanes o escarmientos y destierros en el seno de la propia banda. Son frecuentes las traiciones entre sus miembros y las venganzas forman parte del menú que les nutre y hace fuertes. En contadas ocasiones, algún miembro aislado o algún clan se pasan a la familia rival por afinidad con el padrino enemigo o por aversión manifiesta hacia el protector. El ambiente interno de la banda mantiene en tensión continua a todos sus integrantes que suelen sentirse vigilados con miradas de sospecha sobre sus nucas.
Es aproximadamente lo que está ocurriendo en la Familia Popular desde que conquistaron la calle y Mariano Rajoy ocupó la cátedra de la Moncloa. Conseguido el objetivo de arrebatar el domino a la Familia Socialista, han comenzado a recorrer las calles y los despachos con sus flamantes trajes azules y con la gaviota azul bordada en la cinta roja y gualda que rodea la copa de sus sombreros. Su presentación en sociedad ha sido bien recibida por los padrinos empresariales y financieros para los que trabajan y que se benefician grandemente de sus actuaciones callejeras sobre la población. Varias ráfagas de metralleta y algunos sabotajes flagrantes han recortado la salud, la educación, el bolsillo y los derechos de una población que deambula por la calle sintiendo acariciados sus rostros por los gélidos aires de pobreza y desamparo de la crisis.
La tarea de calle la han ejecutado con la rapidez y el acierto de una emboscada perfectamente planificada de antemano, pero se ha desencadenado una lucha interna por el poder. La rubia enamoradiza del garito madrileño de Sol viene maquinando dentro de la Familia Popular su venganza despechada desde que el capo Aznar le dio calabazas y designó como sucesor a Mariano Rajoy. Los matones y espías del clan de Los Madriles llevan años entregados a los ajustes de cuentas y al espionaje de miembros del clan de Los Genoveses, lo que le ha hecho ganar a la rubia Aguirre tantos enemigos dentro de la Familia como fuera de ella. Para su última maniobra ha buscado el apoyo de Adelson, un padrino venido de las Vegas, y esto parece que ha provocado la pérdida de la confianza por parte del capo Rajoy y ha sido la causa de su salida provisional de la Familia.
En los lúgubres pasillos del garito de la calle Génova se respira el ambiente denso de la conspiración. De las puertas entreabiertas de los despachos salen vaharadas de polvora recien disparada y el nerviosismo de las berettas, alojadas en las sobaqueras de sus ocupantes, dejan un delator cerco de sudor en las camisas. Entre la neblina de la disputa caminan con paso apresurado, la cabeza gacha, la visera del sombrero a ras de las cejas y las gabardinas abultadas por sobres y carpetas clasificadas, recaderos de uno y otro clan cuyo recelo mutuo se puede oler cuando se cruzan.
En Génova se mastica la tragedia mientras la ciudadanía traga todas y cada una de las medidas que la Familia Popular adopta para sacar de la recesión a sus banqueros e inversores como forma de asegurar la privilegiada posición de dominio de los miembros de la Familia.
La Familia Socialista anda lamiéndose las heridas de su derrota y buscando desesperadamente recuperar el poder. Si permanece obstinada en utilizar las mismas armas y los mismos métodos, continuarán disputando a bandas de barrio las sórdidas calles del extrarradio nacional.