Desde su creación, la radio ha sido el abuelo que contaba todos los chismes del vecindario, traía las buenas o malas noticias hasta la casa y nos entretenía narrando historias reales o ficticias que luego nosotros contábamos a los conocidos. También nos cantaba canciones, gestas deportivas y hechos insólitos de la cotidiana realidad. El abuelo hablaba para quien le quería escuchar, tenía su público incondicional y no le faltaban detractores.
La radio, compañera infatigable de soledades colectivas, siempre ha estado ahí, al pie del cañon, ofreciendo información y entretenimiento con que combatir la rutina. La radio, siempre solidaria y rompedora de los muros del silencio, forma parte de la historia del país que ella misma ha narrado con insistente puntualidad asomada al balcón de las ondas hertzianas abierto en todos los hogares españoles desde el transistor.
Desde el balcón analógico o digital de cada emisora, hemos podido asomarnos a la actualidad para contemplarla según nuestros gustos y preferencias y participar vía telefónica para dar nuestras personales pinceladas de opinión sobre un paisaje concreto. La radio se hizo participativa cuando todo parecía indicar que moriría a manos de la televisión y, más recientemente, de las nuevas tecnologías. Todo lo contrario. La amiga fiel que te habla sin pedirte a cambio que la escuches, ha sobrevivido al empuje de la tele, que te exige una atención visual constante, y los ordenadores, que exigen la atención de tus ojos y de tus dedos a cambio de su compañía.
Ganado a pulso, la radio ostenta el título de servicio público otorgado por una ciudadanía que se ha beneficiado de él accionando un sencillo botón de encendido y dos botones accesorios para controlar el volumen o seleccionar lo que en cada momento se ha querido escuchar. La sencillez y la humildad del invento de Marconi ha facilitado enormemente su aceptación como un miembro más de la familia o como el amigo invisible ideal de quienes se aíslan del mundo por unos u otros motivos.
Como cabía esperar, el estado creó en su momento una radio pública que le permitiera comunicar con la ciudadanía y canalizar, a través de ella, su modelo cultural, informativo y social. El estado franquista convirtió RNE en un aparato propagandístico al servicio del régimen y España sintonizó la Pirenaica como bálsamo informativo para conocer su propia realidad. El estado democrático y de derecho ha convertido RNE en un campo de batalla donde las sanguijuelas partidistas absorben la sangre de la imparcialidad para engordar sus manipuladores cuerpos.
El último episodio lo vivimos ayer cuando Tomás Fernando Flores, otrora melómano genial, hizo un servicio de lacayo mal avenido al gobierno del PP. Flores, uniformado como un húsar granadero de Génova, ha cobrado la pieza exigida por Moncloa: la cabeza de Javier Gallego y la extinción de Carne Cruda como espacio de libertad. El PP ha tomado prestada la real escopeta de cazar elefantes y se ha encarnizado con la reserva natural de RNE cobrándose las mejores piezas de la independencia informativa. Como dijo Ana Pastor al recibir los perdigones sectarios que la abatieron, están matando el periodismo.
Rajoy, reciente César del imperio de la pandereta, no es amigo de mesuras y tiene un gusto patológico por la ostentación. Tan venido arriba está que no ha dudado en colgar el escudo con la cabeza disecada de Javier Gallego en el lugar más visible de Moncloa, junto a las cabezas de Juan Ramón Lucas y Toni Garrido exhibidas como trofeos de su particular caza de brujas. Otras piezas aguardan la próxima batida de los furtivos cazadores populares.
La cacería ha sido sonada, muy sonada, y los cañonazos recibidos por RNE han tenido repercusiones internacionales para la Marca España que el gobierno se empeña en exportar. La Marca España de este gobierno es un revival del Spain is Diferent que Fraga, franquista y pepero, exportó en su momento. Nada ha cambiado y en el extranjero nos seguirán identificando con la costra inquisitorial que la derecha de este país se empecina en mantener. De hecho, ya avisaron en 2004 desde el propio Consejo de Europa de por dónde iban los tiros.
La credibilidad de RNE ha desaparecido en la cloaca de la censura y el auto de fe de los despidos de profesionales incómodos para el régimen. La credibilidad de nuestra radio ha sido secuestrada y asesinada por este gobierno.
Habrá que buscar a Lucas, a Garrido y a Gallego en las estepas hertzianas para poder seguir disfrutando del servicio público que nos han prestado. Su último servicio público ha consistido en quitarle la capucha a nuestro verdugo.