Imaginen por un momento un panorama idílico y utópico:
1. Las listas abiertas permitirían que usted votase a personas directamente, no a partidos políticos. Estas personas se cuidarían muy mucho de no defraudar las espectativas de su voto si quisieran optar a una reelección.
2. La limitación por ley a ocho años de la ostentación de cargos públicos evitaría la profesionalización de la política y alejaría de ella a los vividores. También propiciaría una regeneración continua de la política.
3. La regulación racionalizada de sueldos con cargo a las arcas públicas limitaría los abusos que se cometen en la actualidad.
4. Dotar a los programas electorales de un carácter contractual, perseguible penalmente en caso de incumplimiento, daría la posibilidad al votante de depositar su voto con unas espectativas reales y una mayor conciencia cívica.
5. La figura penal de delito político, con el agravante de “ejercicio del poder”, limitaría muchísimo los estragos que se cometen en la actualidad. Imaginen para ello que la justicia fuese realmente independiente.
6. La participación ciudadana a través de asociaciones de todo tipo en la planificación y ejecución de la política local acercaría la gestión municipal a las necesidades reales de la población.
La lista podría alargarse, pero, si imaginan estos seis puntos, estarán imaginando lo que podría ser y sin embargo no es. Si la utopía les satisface, pregúntense porqué es utopía y a quién no interesa que se pueda llevar a cabo.
Hasta hoy, PP y PSOE han oído hablar de estas propuestas y han hecho oídos sordos a las mismas con el aristocrático objetivo de conservar sus estatus y beneficiar a sus linajes. No quiere ello decir que sean iguales absolutamente todos los políticos, y menos en el ámbito municipal, pero el hecho de ir la mayoría en listas partidistas les hace muy dificil esquivar el ventilador de la podredumbre cuando alguno de la lista mete la pata y el resto calla.
El pueblo, asqueado de la partitocracia, ha desarrollado una lógica animadversión hacia todos los políticos sin distinguir lo sano de lo podrido. Así, por ejemplo, para una mayoría irreflexiva y poco comprometida con la salud de su pueblo, la palabra “concejal” lleva aparejado un sueldo y una serie de prebendas que en muchos casos no se ajusta a la realidad. Cobran muchos concejales y muchos no cobran por su labor, lo que no quiere decir que sobren concejales, sino que sobran excesos y prebendas. Si se eliminan concejales, se elimina representatividad, se elimina democracia, pero no se disminuirá el gasto, sino que se concentrará en menos manos.
El rechazo popular hacia los políticos está siendo utilizado, de forma claramente populista, por uno de los gobiernos que tenemos en España con el objetivo de acercarnos a formas despóticas de gobierno cercanas a sus intereses y contrarias al interés general de la población. Ni el PP, ni el PSOE, contemplan entre sus objetivos una regeneración real y efectiva de la vida política, sencillamente porque va en contra de sus sus intereses partitocráticos.