Palmeros políticos en internet.

La irrupción de internet en nuestras vidas ha supuesto un vuelco en las formas de entender las relaciones sociales y la propia estructuración de la sociedad como comunidad eminentemente comunicativa. Desde su aparición (conviene no olvidar su origen miltar) el ser humano ha buscado la forma de utilizar la red como elemento de dominio y de servicio a determinados intereses, ya sean comerciales, ideológicos o de cualquier otra índole. Los clics ya cotizan en la bolsa de nuestras emociones y hasta hemos aprendido a teclear nuestros sentimientos sin necesidad de utilizar preservativos virtuales.

Las redes sociales nos han usurpado la realidad relacional a todos los niveles y con los dedos índices somos capaces de secuestrar nuestras identidades y ofrecer al mundo lo que queremos ofrecer, en lugar de ofrecer lo que tenemos y realmente podemos. Ya no importa quienes somos, importa lo que somos. En un mundo de anónimos, pseudónimos, alias, nicks y perfiles trucados, todo cabe, incluida la mediocridad como norma.

Las tertulias con olores, matices, sabores y horario de apertura y cierre, han sido arrinconadas por los foros, los chats y las redes sociales, donde se ha impuesto la figura del troll como máscara corriente. Cualquiera manifiesta opiniones de “corta y pega” o comparte pensamientos expresados por otros como elementos propios de una personalidad cada vez más ajena al propio individuo que comparte o pega. Los trolls abducen nuestra mente sin que nos demos cuenta y ya actuamos en la vida real asumiendo el papel de nuestro perfil compartido en una red social.

Los políticos, que no pierden oportunidad para sacar provecho de cualquier novedad, hacen negocio ideológico con el troll. Por doscientos o cuatrocientos euros al mes y un máster acelerado en redes sociales, con argumentario y ADSL incluidas, ofrecen a militantes y simpatizantes la posibilidad de realizarse socialmente y prestar un servicio al partido y a la patria. Son muchos los interesados en estas modestas ofertas y los hay, incluso, que prestan el servicio de forma gratuita con el convencimiento esperanzado de que algún secretario local o provincial del partido se fijará en su labor y le premiará, tarde o temprano, con un lugar de suplente en alguna lista electoral. Es una forma de entrar en política y sus practicantes mutan el concepto de troll por el de palmeros.

El palmero cibernético dispone de un perfil aparentemente neutro y personal y de un argumentario para cortar y pegar en foros y redes sociales. El palmero conoce su opinión antes de conocer el tema sobre el que va a opinar porque no le interesa el tema, sino el agradecimiento de los suyos por los “me gusta” conseguidos y los “compartir” logrados como azucarados reconocimientos digitales que potencian su autoestima. Estos palmeros se especializan, como hormigas conectadas, y se reparten la faena: unos intervienen en los foros de la prensa local y provincial, otros en Tuenti, otros en Facebook, otros en Twitter, otros colaboran en blogs, otros chatean, etc., etc., etc. El hormiguero virtual de los partidos trabaja sin horario ni descanso y sus frutos se perciben a diario por los tufos a feromona socialista (entiéndase como relativa al partido, no al socialismo) o pepera que desprenden la mayoría de los foros y redes sociales.

Tan ciega es la labor de los palmeros que éstos no alcanzan a ver la atemporalidad de la información o el carácter insidioso del comentario que cuelgan o pegan; es su trabajo y hay que hacerlo, aunque sea a costa de comprometer su propia dignidad personal. Algunas de estas hormigas entran en un bucle que les hace repetir a diario la misma cantinela, hasta el hastío de quienes les soportan, bien sea comentando la ineptitud de Zapatero o la corrupta figura de Camps. Sus partidos contratantes lo saben, pero no les importa porque forma parte de sus estrategias propagandísticas y son conscientes de que de esta labor intoxicadora recogerán algunos frutos.

Los palmeros raramente debaten o actúan por iniciativa propia, en parte porque no saben, en parte por miedo a que sus pagadores les tiren de las orejas. Los palmeros raramente piensan: actúan por un instinto guiado por la feromona partidista que acaba deteriorando sus neuronas con el paso del tiempo.

Si tiene algún amigo palmero, comprenderá lo que quiero decir.