Como muchas casas antiguas de rancio abolengo, este país tiene un desván donde se han ido guardando durante los últimos treinta años los muebles viejos (que no antiguos), algunos enseres que por un valor u otro nos resistimos a tirar y las nostalgias. Los desvanes son piezas que acumulan polvo, óxido y telarañas a modo de pátinas protectoras que consiguen envejecer aún más, con el tiempo, los objetos que cubren.
Como los viejos muebles de un desván, el partido del gobierno ha ido acumulando capas de acechanza sobre su intemporal ideología hasta que la crisis ha tocado zafarrancho de limpieza y los plumeros y sprays han comenzado a aplicarse con rigor para deshacerse de las molestas capas de democracia y moderación que la transición había acumulado sobre ella. Como una legión (más por la actitud que por el número) de sirvientes, los miembros del gobierno llevan ocho meses rasca que te rasca para hacer relucir su pasado explendor bajo la férrea dirección de la FAES, tal vez a modo de homenaje póstumo al fallecido cuerpo de su presidente de honor.
Llevan desde el 20N pasado entregados a una orgía de limpieza en la que la primera faena ha consistido en quitar de enmedio todos los muebles que trajo consigo la democracia para colocar los derechos de los ciudadanos, muebles cuyo destino es el vertedero inmundo del despotismo y derechos cuyo destino es una fosa común o una cuneta al borde de una carretera poco transitada por la memoria.
Como sucede con los muebles sucios, las tareas de limpieza suelen rescatar para la vista de quien quiera apreciarla la verdadera naturaleza de la madera con la que están fabricados. Así, poco a poco vamos contemplando el verdadero rostro, la verdadera faz, de personajes que estaban ahí, como quien no quiere la cosa, con varias capas de democracia ejerciendo de toscos maquillajes.
La faz de Aguirre, por ejemplo, apenas tenía una liviana capa de polvo que permitía vislumbrar su macizo componente de alcornoque desde mucho antes del 20N. Su último vómito verbal nos ha permitido conocer su dominio del castellano al utilizar la palabra mamandurria, de la que ella en sí misma es un claro exponente (y acreedora a otros vocablos que participan de la misma raíz latina, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua), para referirse al estado de miseria en que nos sumen cada día aquéllos a quienes ella defiende y por quienes se desvela cada día.
Pero hay un mueble cuya limpieza a fondo está dando unos resultados espectaculares y llama poderosamente la atención, pues lo teníamos por formica y, tras quitarle varias capas de polvo, estamos descubriendo que es caoba de la que amueblaba en tiempos el Palacio de El Pardo. Se trata de Gallardón, el “hijoputa” en palabras de la propia Aguirre, quien ha pasado de ser un “verso libre” a ser la recia literatura que escribió los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. Su actuación desde que accedió a su ansiado y esperado rango de ministro así lo dejan ver.
Entre unas y otros han conseguido que las capas de suciedad azul gaviota, con que se habían cubierto estos muebles durante veinte o más años, vayan dejando ver que el verdadero azul de su lustre original tira más bien a un azul Primo de Rivera que tratan de actualizar con un barniz mate democrático que poco puede hacer para validar la pintura original en el mercado demócrata.
Un efecto llamativo y sangrante de la «operación limpieza» desatada desde Moncloa permite ver que otros muebles externos al desván también se están limpiando con el mismo fragor y parecidos resultados. Las actuaciones del ministro Wert en educación, de Montoro en hacienda, de Guindos en economía o de Ana Mato en sanidad están poniendo al descubierto que la iglesia, cómplicemente callada ante la crisis que fulmina a su rebaño, está recibiendo el pago a su colaboracionismo en la actual situación.
Sus esfuerzos para dar cobertura a las pocas manifestaciones en las que se han visto militantes y altos cargos del PP en la calle o el voto de silencio impuesto a los pocos curas y monjas opuestos a las reformas de Rajoy se están viendo pagados con treinta monedas entre las que relucen la mamandurria de 10.000.000.000 de euros que la Conferencia Episcopal recibe del estado, la mamandurria del profesorado de sus escuelas adoctrinantes a cargo de los presupuestos del estado (incluidos los adoctrinadores de la “asignatura” de religión), la exención del IBI para sus negocios (aparte de sus templos), la vista gorda sobre la punta del iceberg que es el robo de dinero -no declarado ni denunciado por el santo obispo- perpetrado por el electricista calixtino, la condena para quien libremente decida abortar o la miseria y la enfermedad que le permitirán ejercer la caridad.
Como vemos y sufrimos, los muebles viejos han vuelto con el mismo ardor guerrero de quienes nunca creyeron en los valores democráticos y la iglesia vuelve a demostrar que su reino sí es de este mundo y que no le importa que los mercaderes desalojen de los templos a los cristianos para instalar en ellos sus becerros de oro, aunque ello le suponga aliarse con el diablo, cosa que ya demostró con Mussolini, Hítler, Franco, Pinochet y cuantos “angelitos” se le han puesto a tiro a lo largo de su historia.
El beneficio es mutuo: unos llenan sus arcas y otros limpian sus pecados.
Como dios manda.