Ecología social.

Seguro que reconoces esta calle.

Allá por la década de los ochenta, la facultad de traductores e intérpretes de una universidad andaluza publicaba una revista dirigida a su alumnado. Uno de sus artículos, titulado “Instrucciones para utilizar un bar”, y destinado principalmente al alumnado extranjero que cursaba sus estudios en dicha universidad, captó mi atención y procedí a su lectura. Se explicaba al visitante extranjero y al nacional que tirar los restos de comida, las servilletas usadas y las colillas de los cigarros al suelo no era considerado como un acto sucio y de mal gusto, sino como algo normal que ayudaba incluso a la hora de realizar el barrido del local.

Esta muestra educadora de la idiosincracia española se complementa en la actualidad con la impagable labor de esas madres y padres que tiran las colillas y los pañuelos de los mocos al suelo, cuando recogen a sus hijos de preescolar o de los primeros cursos de primaria a la salida del colegio, echando por tierra la tonta labor de los maestros que tratan de inculcarles la limpieza y el orden como valores de convivencia. Si alguien tiene la ocurrencia de llamarles la atención corre un riesgo serio de ser insultado en público al grito de “que lo recoja el basurero”.

Es frecuente contemplar cómo las ventanillas de los coches escupen a diario colillas, chicles masticados, arrugados paquetes de tabaco o cleenex sobre el desolado paisaje urbano de nuestras ciudades o pueblos, contribuyendo así a completar la imagen de unas calles que se adornan con restos de catálogos publicitarios, latas de bebidas vacías, bolsas de plástico huérfanas de utilidad y todo tipo de residuos olvidados junto a las aceras por personas a quienes no les molesta vivir rodeadas de basura. El producto estrella de esta dejadez ciudadana son las cacas de perro y sus plácidas meadas sobre las puertas del vecindario, a pocos metros de donde el ayuntamiento ha colocado un pipican malgastando nuestros impuestos.

Nuestras autoridades llevan años empeñadas en educarnos para realizar una recogida selectiva de residuos que permita el reciclaje de los mismos en la medida de lo posible. Han puesto a nuestra disposición contenedores de colores para facilitar la recogida de los mismos y se han gastado un dineral en fomentar y difundir conductas sostenibles de cooperación social. Pues bien, una parte importante de la población se mantiene al margen de este esfuerzo colectivo y sigue con la práctica de tirarlo todo mezclado en el contenedor más próximo a su domicilio, sea del color que sea. Suelen ser estos “ciudadanos” los mismos que arrojan la basura al contenedor cuando salen de casa a trabajar por la mañana temprano, dificultando y encareciendo las tareas de limpieza de dichos recipientes que se realizan periódicamente. Suelen aducir que les viene mejor a esa hora porque de noche se está muy a gusto amortizando el sofá y la tele de casa.

Este tipo de personas, vecinos y vecinas, son los que se van de vacaciones al extranjero y regresan contando las maravillas que han visto y, paradójicamente, lo limpias que están las ciudades que han visitado. Incluso incluyen en el reportaje fotográfico muestras de esas calles y plazas aseadas donde se les puede ver posando junto a una papelera de hierro forjado en la que da gusto tirar los restos del helado o los billetes inservibles del autobús.

La higiene suele ser un medidor del grado de desarrollo de una sociedad. España luce, como mucho, un aprobado raspado.

Un comentario el “Ecología social.

  1. aj dice:

    Bien, bien

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