TECNOLOGÍA
Enganchado a las redes sociales puedes comunicarte, en silencio y soledad, con millones de personas que, en soledad y silencio, comparten noticias, fotografías, estados de ánimo, opiniones, música y terapias. El ejercicio, sano y útil en apariencia, manifiesta sus efectos colaterales en un anquilosamiento progresivo de las articulaciones corporales, un sutil aumento de la curva abdominal e imperceptibles molestias en la zona cervical.
Las redes sociales, como los modernos teléfonos, tienen la virtud de permitir la comunicación a distancia a costa de suprimir la comunicación directa e inmediata con quienes te rodean. Así, es frecuente ver a un grupo de personas alrededor de la mesa de un bar con varios de sus componentes desconectados del momento y sumidos en un frenético teclear a dos dedos en su smartphone.
Este aislamiento individual llega al punto de haber relegado al olvido la frágil intimidad que proporcionaban las antiguas cabinas telefónicas, sustituyéndola sin ningún tipo de recato por conversaciones de las que participa cualquiera que se encuentre a pocos metros del teléfono. En la cola del pan, del banco, del médico, en velatorios o en plena calle, cualquiera puede asistir a una conversación supuestamente privada cuyo volumen aumenta en proporción inversa a la cobertura que haya en el lugar.
Hace unos 20 años, aparecieron en el mercado unas cosas llamadas tamagotchi que tuvieron un éxito pasajero como mascotas virtuales. A las dos o tres temporadas, la sociedad pareció entender que era absurdo un desmesurado gasto en semejantes engendros y desaparecieron por la puerta trasera del mercado, aunque dejaron su huevo consumista en aquella infancia que dio sus primeros pasos mimando y cuidando a estas mascotas electrónicas en detrimento del juego social cooperativo y participativo con seres animados. Hoy, la larva surgida de aquel huevo consumista ha hecho que gran parte de aquellos niños y niñas dediquen un tiempo y unos recursos a cuidar sus apéndices electrónicos que no dedican a cuidar sus amistades o su propia salud personal.
El consumo tecnológico, como el consumo en general, está orientado, mediante el marketing y la publicidad, a satisfacer las necesidades humanas añadiendo varios escalones a la pirámide de Maslow. Las nuevas tecnologías ha obrado el milagro de que se consuman con avidez productos de los que el comprador desconoce incluso gran parte de sus posibilidades y funcionamiento, añadiendo a la compra el nefasto y asumido principio de usar y tirar porque hay que estar a la moda al mismo ritmo que evolucionan los productos tecnológicos.
Nadie compra ya un teléfono para hablar; se compra un teléfono que hable por ti y diga al mundo algo sobre tu nivel electrónico y tus aparentes posibilidades económicas. Ni se compra un ordenador para procesar textos o facilitar el trabajo, sino para escuchar música, ver cine y no sé cuántas cosas más que suponen el ostracismo para la televisión, el vídeo y el equipo de música que nos costó un pastón en su momento y hay que jubilar prematuramente porque no disponen de ranuras para ayuntar con el ordenador.
Son algunos de los efectos nocivos que las nuevas tecnologías deparan a una sociedad avanzada que, sin embargo, tiene la posibilidad de valerse de ellas para su bienestar en lugar de que estas tecnologías se valgan de ella para fines económicos o de control.
El Gran Hermano que vaticinara Orwell ya está aquí.