Semitismo y sionismo: sangrienta diferencia

Foto: Hazem Bader

Cuando te traen al fresco las religiones y no cuela que la judía sea una raza, conviene repasar conceptos para aclarar ideas sin caer en manipulaciones.

La palabra «semita» se aplica a la descendencia de Sem, hijo de Noé y padre de Abraham, así como de Yoqtan, antecesor de varios pueblos de Arabia. El término fue utilizado en lingüística para distinguir las lenguas «semíticas» de la «aria», palabra usada en lugar de «indoeuropeo», que acabó por imponerse. Más tarde, ambos términos pasaron del ámbito lingüístico al racial, de las lenguas semíticas a la raza semita opuesta a la raza indoeuropea o aria, adquiriendo connotaciones racistas. El «antisemitismo» se usó para nombrar las ideologías antijudías de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX.

Hacia 1850, en Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas y en Historia general y sistema comparado de las lenguas semíticas, se propone que los pueblos semitas son inferiores a los arios y se aboga por depurar el cristianismo de todo elemento semítico. Las palabras «ario» y «semita», exportadas del campo lingüístico al racial, se asentaron para descalificar a los judíos como raza, no como seguidores de una religión. El antisemitismo como rechazo racial es una contradicción si se dirige sólo contra los judíos porque, en rigor, éstos son tan semitas como los árabes.

Al antisemitismo religioso, practicado durante siglos por el cristianismo, le sucedió el racial, nacido y alimentado por nacionalismos de corte fascista como el nazismo y el franquismo, pero, a partir del Holocausto y del Concilio Vaticano II, el antisemitismo racial y el religioso desaparecen prácticamente. A mediados del s. XX, surge un antisemitismo ideológico, asociado a la legitimidad del Estado de Israel y al conflicto territorial en Oriente Medio, que demoniza el «sionismo» entendido como colonialismo, supremacismo y racismo practicados por Israel desde su fundación. No es lo mismo antisionismo que antisemitismo, aunque la propaganda de Israel trata de confundir los términos.

El «sionismo» es un movimiento político nacionalista, aparecido en Europa central y oriental a finales del s. XIX como respuesta a la ola antisemita existente, que fomentó la emigración judía a Palestina hasta fundar el Estado de Israel en 1948. Se trata de una rama del siempre peligroso nacionalismo, caracterizada por surgir en la diáspora, que se autodefine como un movimiento de liberación nacional con la libre autodeterminación del pueblo judío como objetivo principal. Es en este contexto donde el aparato económico y propagandístico judío juega sus bazas con gran éxito y el apoyo incondicional de EEUU y Occidente en las eternas guerras santas libradas por las religiones abrahamicas.

La publicidad victimista del pueblo judío se remonta a leyendas milenarias y a centenarios descalabros en la historia, desde el cautiverio en Egipto y la matanza de Herodes hasta la expulsión por los Reyes Católicos o el Holocausto. Fruto de esa propaganda es la capacidad de Israel para infligir daños inhumanos a Palestina sin consecuencias legales, penales o morales, situándose en la órbita exterminadora de la Rusia de Stalin, la Alemania de Hitler, la Argentina de Videla, el Chile de Pinochet o los EE.UU. de cualquiera de sus presidentes.

La impunidad, no es ninguna novedad, es cuestión de dinero, Israel tiene muchísimo, de propaganda, Israel controla las tres cuartas partes de los medios del mundo, y de amistades, Israel tiene el apoyo del mundo capitalista y el aplauso de partidos neofascistas como Vox y el ayusismo en España, expertos en sacar rédito electoral de carniceros internos, como en el caso de ETA, y externos, como en el de Israel. Puede Israel masacrar a ancianos mujeres y niños, puede deportar a un millón de personas, puede dejar hospitales sin luz ni medicinas, puede reducir a escombros lo que ya son escombros, puede dejar sin agua ni alimentos a millones de personas entre aplausos comprados. Hay que ser “AntiEsto”.

La actitud de Israel hacia Palestina recuerda la de la Alemania nazi para con su pueblo. Gaza, Cisjordania, Palestina entera recuerdan a Auschwitz, Dachau, Gross-Rosen, Mauthausen o Treblinka. La mayoría de los medios de comunicación y de los comunicados oficiales de Occidente siguen los principios de comunicación de Joseph Goebbels. Ante este panorama, se puede afirmar que el Estado de Israel es el mayor propagador del antisionismo, pero seguirá insistiendo en el victimismo antisemita para presentarse al mundo no como verdugo, sino como víctima. Hay que ser “AntiEsto”.

Israel y los monstruos asesinos

Palestina

Según los evangelios, Judas, el apóstol judío cegado por el dinero, fue capaz de cambiar la vida del hijo de Dios por 30 monedas. El ADN judío, veintiún siglos después, sigue viendo beneficio para sus arcas en el sacrificio de niños, mujeres y ancianos palestinos y mostrando desprecio por la vida. El currículum israelita está plagado de recelos ganados a pulso que han provocado su persecución y expulsión, a lo largo de la historia, de muchos países por reyes, dictadores y gobiernos que usaron su oro y se horrorizaron ante los intereses exigidos.

La psicología no es mi fuerte, pero todo apunta a que Israel es un estado que ha sufrido el síndrome de Estocolmo identificándose de tal manera con sus genocidas hitlerianos que ahora son ellos mismos quienes superan a sus verdugos utilizando sus mismos argumentos, sus mismas tácticas, sus mismas justificaciones y su misma propaganda. El sueño de la razón produce monstruos y los dioses asesinos, acérrimos enemigos de todo raciocinio, han convertido a Israel en un estado de monstruosos asesinos.

El brazalete gamado de las SS que controlaron, disfrutando como psicópatas, los campos de exterminio de judíos gaseados y hacinados ha sido sustituido por el brazalete con la estrella de David. El pijama de rayas ha sido suplido por kufiyyas ensangrentadas. La Gestapo se ha reencarnado en el Mossad. Y Auschwitz o Treblinka son hoy Gaza y Cisjordania. El diálogo y la paz han sucumbido en una eterna noche de cristales rotos.

Un goebbeliano entramado judío controla el 95% de los medios de comunicación que sirven al mundo “civilizado” las noticias debidamente adobadas. El arsenal comunicativo, amén del nuclear, de los sibilinos y peligrosos rabinos, bombardea a diario los hogares globales justificando una indiscriminada matanza de inocentes, una guerra con un único ejército donde sólo un bando hace inventario de víctimas. No es una guerra, no, es una sangrienta cacería.

Desde la sinagoga emplazada en Wall Street, las operaciones financieras del lobby israelí proporcionan munición a los invasores de Palestina y mutismo internacional. Todo lo prostituyen, a todo ponen precio, todo lo venden, todo lo compran, todo manejando dinero ajeno, inhumano dinero del color de la sangre. El mundo comprado por la usura judía es un mundo cruel donde el verdugo, Israel, se presenta como inocente víctima.

¿A qué colectivo religioso se permite crear un estado usurpando tierras a sus históricos pobladores? ¿A qué colectivo se permite participar en competiciones deportivas fuera de las fronteras del continente en el que se asienta? ¿A quién se permite un genocidio sin condena, aunque ésta sea verbal? Sólo al que puede comprar silencios, complicidades y mentiras. El sionismo ha puesto en almoneda la moral, la ética, la conciencia y la decencia mundial.

Un fantasma arrastra cadáveres palestinos para advertir al mundo entero de que carece de entrañas. Un fantasma recorre el hardware de la aldea global con total impunidad levantando la sospecha de que el polonio puede estar agazapado debajo de teclados impertinentes. Así es Israel, un fantasma corpóreo que causa terror nada quimérico esparciendo sesos y vísceras de inocentes que luego limpiarán sus colonos para seguir apropiándose de lo que no les pertenece.