Bipartidismo, corrupción… y tú más

Caricatura del Pacto de El Pardo entre Sagasta y Cánovas. Revista satírica Don Quijote, 1894.

Se conoce como turnismo al sistema que funcionó en España desde 1881 hasta 1923 durante la Restauración borbónica. Se basó en la alternancia en el gobierno de dos partidos monárquicos, el conservador de Cánovas y el liberal de Sagasta, que limitaba el pluralismo político tomando como modelo el sistema británico. La formación de gobierno dependía en gran medida de crisis políticas o del desgaste del partido gobernante. Sólo los dos grandes se “turnaban” y el sistema parecía funcionar con uno de inspiración liberal conservadora a la derecha y el otro de inspiración liberal progresista a la izquierda. 

El Partido Liberal–Conservador de Cánovas y el Partido Liberal–Fusionista de Sagasta pretendieron representar a todas las tendencias políticas existentes en la sociedad, excluyendo aquellas que no aceptaban la monarquía “constitucional”, como carlistas y republicanos, y las que rechazaban los principios de libertad y propiedad propios de la sociedad burguesa, como era el caso de socialistas y anarquistas.​ Eran las dos caras de la moneda monárquica de los borbones que otorgaba apariencia moderna y democrática a un sistema político absolutista, ya saben: “todo para el pueblo, pero sin él pueblo”.

La última y reciente restauración borbónica, impuesta por el dictador Franco, es una copia actualizada del modelo turnista que se conoce como bipartidismo. El turnismo bipartidista actual está cimentado en el poder de las élites financieras y empresariales, las mismas que esquilmaron al país durante el franquismo y otras de nuevo cuño, y en la marcial militancia de los medios de comunicación y de la Justicia constituidos en guardia pretoriana de un statu quo que sostiene a la monarquía como garantía de control de los límites impuestos a la Democracia en España.

El Partido Popular de ideología neoliberal conservadora, hoy extremista y radicalizado, se alterna en el poder con un PSOE de ideología liberal moderada desde Suresnes, y no admiten más alternativas que ellos mismos, como han dejado claro desde el 15M hasta el fin de la cacería política, mediática y judicial que ha acabado con Podemos y Ciudadanos como alternativas. Tras la tempestad, ha vuelto la calma, y la rutina, a dos partidos cuyas praxis de gobierno apenas difieren en detalles menores.

El parecido de ambos no sólo se muestra en sus políticas, alejadas de la ciudadanía y centradas en favorecer a toda costa los intereses de las élites, sino también en el modo de ejercer la oposición y de considerar la res pública como algo sobre lo que tienen derecho de pernada. El bipartidismo intercambia sus roles y sus argumentarios, idénticos, cada vez que uno de los dos cede el turno al otro, llegando al extremo esperpéntico e inaceptable que se vive hoy a cuenta de los casos Koldo y Ayuso relacionados con el tráfico de influencias y de mascarillas. Idénticos ataques, idénticas defensas.

De ponerse en marcha una comisión para investigar la corrupción (¡menudo sarcasmo populista¡), se escucharán las mismas acusaciones en los dos bandos y se utilizarán los mismos argumentarios por las dos bandas. Si se pusiera en marcha y resultase creíble la comisión, aunque sea un poco, debería continuar con la monarquía y, para tener credibilidad y por higiene democrática, debiera juzgarlos a todos la Justicia europea, no la española. Cuarenta y dos años de corrupción bipartidista y España suma y sigue: González, Aznar, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Feijóo (éste ya desde antes de gobernar) y la Casa Real (opaca e inviolable) han llenado de corrupción España y la tapan bajo el “Y tú más” que la ciudadanía traduce como el falaz “todos son iguales”.

La derecha ha venido

Cuando el socialismo de derecha moderada gobernaba España, el hermano de Juan Guerra arengaba a los descamisados al grito de «¡Que viene la derecha!». La voz clara y diáfana era amplificada por la megafonía del mitin, la prensa reproducía el mensaje a cuatro columnas y los medios audiovisuales lo repetían y traducían durante días. En calles y plazas, el vecindario musitaba el aviso recordando los usos violentos de la derecha durante la guerra, la posguerra y la dictadura entre rumores de asonadas golpistas.

Vestidos con chaqueta, de pana pero chaqueta, Guerra, González y los barones de un PSOE disidente del socialismo se valieron del miedo al pasado y a un presente, aquél, con Alianza Popular y Fuerza Nueva infectadas de franquismo y las fuerzas de seguridad del Estado plagadas de fascismo. La transición fue un trampantojo cuyo objetivo no era otro que validar a la extrema derecha como sujeto político bajo el estrecho marcaje del ejército, la Guardia Civil y la Policía armada. El pueblo se cegó con Felipe.

Iluso, creyente, el electorado vio al socialismo nominal practicar la misma política y exhibir los usos corruptos de la derecha franquista. La reconversión de AP en el PP de un Aznar falangista confeso le dio la apariencia de una derecha moderna, moderada y democrática que el electorado prefirió a un PSOE virado al centro, cuando no a la derecha. Y llegó la derecha, una derecha que compartió cama con el independentismo catalán, negociaba con el vasco y profundizaba en las políticas liberales iniciadas por el PSOE.

El ego de Aznar, venido arriba tras su mayoría absoluta, lo quiso todo y abandonó la primera línea para conspirar entre bastidores. Exigió a los suyos una derecha sin complejos que resucitase el Espíritu Nacional y para ello creó a Vox, como acicate del PP, en el contexto del neoliberalismo iniciado con Reagan y Thatcher que su amigo Bush le mostró. Ayuso y Abascal se alinean con la extrema derecha global y aprovechan la crisis para minar la democracia y los derechos cívicos. Como Hitler, Mussolini y Franco.

La derecha totalitaria, enemiga de la libertad que dice defender, está aquí, ha llegado y, como los fascismos que desembocaron en la II Guerra Mundial, tiene el apoyo mayoritario de un pueblo golpeado por las crisis que provocan sus políticas. Hoy son las derechas las que gritan “¡Que viene el comunismo!” a un pueblo más instruido pero más zafio que el de hace 80 años, un pueblo que ha votado contra sus derechos y su bienestar, que ha votado a sus verdugos. La derecha fascista y Alfonso Guerra están aquí. Nunca se fueron.

La transición del régimen

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Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos…”

Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Episodio 46 – Cánovas (1912)

La guerra civil y la posguerra tuvieron como efecto colateral el asentamiento de una élite financiera y empresarial lucrada a la sombra del poder. El franquismo supuso la demolición de los derechos cívicos alcanzados con la II República –entre ellos los derechos laborales– y el reparto del botín saqueado al estado y a los vencidos. Surgieron así grandes fortunas y personajes que se unieron a expoliadores de abolengo ya existentes desde el siglo XVIII.

Hasta la muerte del dictador en 1975, fueron numerosos los casos de corrupción en sus círculos familiares (Nicolás Franco, Pilar Franco o el Marqués de Villaverde), políticos y de amistades. Franco lo toleraba y los poderes públicos enmascaraban los escándalos, gracias, entre otras cosas, a la no existencia de libertad de prensa y a la represión. En el caso de Manufacturas Metálicas Madrileñas, su hermano fue amnistiado por el Consejo de Ministros. Su hermana Pilar acumuló una inmensa fortuna, propiedades y disfrutó una pensión vitalicia de 12.500.000 de pesetas.

Los casos SOFICO, MATESA, Confecciones Gibraltar, o la desaparición de 4.000.000 de litros de aceite del Estado en el caso REACE, sin olvidar el estraperlo, son algunos ejemplos de la corrupción durante el franquismo. El desarrollo económico propició la aparición de numerosas fortunas utilizando las influencias del llamado «Clan del Pardo», a la par que se desataba la evasión de capitales al extranjero, principalmente a Suiza.

Falangista y miembro de la Secretaría General del Movimiento, Suárez fue el presidente elegido por el heredero de Franco para lavar la cara al régimen. Echaron mano para ello de Giuseppe Tomasi de Lampedusa: Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. Bajo esta premisa, entre ruido de sables, el pueblo español aprobó una Constitución votando con la inercia electoral de los referéndums que Franco convocaba: se votaba lo que decía el régimen.

Más o menos, en esto consistió la idealizada transición. Detalle sin importancia fue que jueces, militares y fuerzas de seguridad del régimen no jurasen la Constitución para permanecer en sus puestos. Una minucia que dejó secuelas institucionales que aún hoy seguimos sufriendo. Por su parte, el heredero de la Jefatura del Estado juró la Constitución poco después de haber jurado por Dios y los santos evangelios guardar lealtad a los principios del Movimiento Nacional.

La aventura democrática de Suárez acabó cuando las mismas élites franquistas comprobaron que el temido socialismo había sido satisfactoriamente domesticado por la socialdemocracia alemana. Felipe González usurpó las siglas del PSOE en Toulouse (1972) y apuntilló el socialismo en 1974. Las élites lo bendijeron, fue elegido presidente y dio continuidad al régimen anterior: privatizaciones, precarización del empleo… y corrupción.

Alianza Popular, infectada de franquismo, tomó nota y cambió todo para que nada cambiase refundándose como PP. Aznar utilizó la podredumbre corrupta del PsoE para desbancarlo y ocupar la presidencia del gobierno. Quedaba inaugurada la alternancia del bipartidismo y la sustitución definitiva del régimen franquista por su prolongación: el régimen del 78. Son sus señas de identidad la precariedad laboral, la demolición de derechos cívicos, las privatizaciones… y corrupción, corrupción y más corrupción.

No es difícil concluir, a la vista de los hechos, que pocas cosas han cambiado en España con la monarquía parlamentaria, novedoso régimen heredado del régimen franquista y alternativa a la democracia real como sistema político y social. El bipartidismo no es más que la suma de dos organizaciones que giran en torno a la corrupción en todas sus formas: legislar a la carta para las élites, puertas giratorias, adjudicaciones públicas amañadas, privatizaciones o comisiones bajo cuerda son prácticas comunes a los dos partidos.

También son comunes las explicaciones que ofrecen y los argumentarios que esgrimen cuando cae sobre ellos la justicia. Dos gotas de agua no potable y perjudicial para la salud que, sin embargo, son las más votadas por el electorado, gracias a su financiación por las élites económicas y al lamentable apoyo mediático que les dispensan los grupos empresariales de comunicación. ¿Se puede hablar, pues, de democracia?

El bipartidismo que no cesa

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Sentencia la teoría capitalista que la competencia regula el mercado y hace bajar los precios. Demuestra la práctica capitalista que eliminar la competencia es lo mejor para controlar el mercado y elevar los precios. Así actúan empresas y bancos: a menos competencia, mayores beneficios y menores salarios. La ciudadanía contribuye a engordar sus cuentas de resultados con el beneplácito y la vista gorda de todos los estamentos del estado.

Lo mismo ocurre en la política. La historia demuestra que la concentración de votos en dos partidos siempre beneficia a banqueros y empresarios, perjudicando para ello al pueblo llano. Las élites financieras y empresariales lo tienen claro: apuestan siempre por los mismos caballos, por PP y PsoE y ahora, para estimularlos, por Ciudadanos. Hubo un tiempo en que disimulaban y tapaban sus apaños, pero se ha hecho evidente en los últimos cuarenta años.

La propaganda, el consumo, las redes sociales y el hastío distraen al electorado de esa corrupta democracia que lo tiene atrapado. A nada que ha surgido un conato de competencia, las alarmas del sistema han saltado. Cinco años de bombardeo mediático, cinco años con bulos y mentiras acosando, cinco años de podredumbre en las cloacas del estado, para deshacer la competencia han bastado. A fondo las derechas y el socialismo bellaco a esta tarea se han entregado.

Cinco años sin gobiernos, cinco años de abandono, cinco años miserables y vergonzosos, cinco años entregados a la causa de restaurar el bipartidismo roto. Se han quitado la careta el banquero, el obispo y el patrono, les va saliendo bien la treta: volverán la corrupción, las estafas y el cohecho de nuevo. Les viene bien a todos que el hastío ciudadano se convierta en abstención, el silencio de los corderos que, cabizbajos y tristes, caminan hacia el matadero.

Cinco años en los que la única actividad política ha sido conducir lo público al cero: la sanidad, las pensiones, la educación y los impuestos. Cinco años reflotando la competencia privada a costa del ciudadano, cinco años de continuo retroceso. ¿Y qué ha ocurrido en cinco años en el político tablero? Que la derecha se ha enrocado en el extremo mientras el socialismo se ha posicionado entre la derecha y el centro: así han movido las piezas Casado, Rivera y Pedro.

Era de esperar que PP y Ciudadanos se radicalizaran, atendiendo a las órdenes de Aznar, a la voz de su amo. Y era de esperar que el PsoE siguiera la estela derechista de González y Guerra, sin chaqueta de pana, sin atender a los descamisados. Pedro Sánchez ha calcado la estrategia de su enemiga Susana: a la izquierda ni agua, a la derecha un abrazo. Pedro Sánchez y Pablo Casado, rostros amables de la derecha de centro y de la extrema, se han conjurado: uno para liquidar a Unidas Podemos, el otro para hacer lo mismo con Ciudadanos.

En las próximas elecciones habrá voto sobrado para que el bipartidismo reconquiste su viejo trono oxidado. Ése era el objetivo de las élites, ése su sueño perturbado por la peligrosa presencia de políticos en su contra posicionados. Durante cinco años, la prensa dependiente y los dos partidos citados a ello han dedicado incansables esfuerzos, mucho dinero y mayor descaro. Volverá el bipartidismo, preñado de corrupción, puertas giratorias y escándalos: ése será el resultado.

Nunca se fueron, nunca se han ido, como día a día se ha comprobado durante los últimos cinco años.

El ¿camarada? Pedro Sánchez

Camaradas socialistas

La palabra camarada tiene que ver en su origen con compañía, amistad y confianza. Luego, se utilizó para referirse a correligionarios y compañeros en partidos políticos y más tarde, hasta hoy, se ha acotado su uso a la militancia de izquierdas. En el último siglo de historia, el PsoE, presunto partido de izquierdas, ha huido de la palabra camarada como ha huido de toda simbología que pueda identificarlo con posiciones inequívocamente alineadas con el pueblo.

Durante la II República, el socialismo nominal hizo que el PsoE dinamitara desde dentro los gobiernos republicanos. Durante los negros años de la dictadura, este partido, con fuerte implantación social, hizo de avestruz dejando una cúpula testimonial en el exilio para no molestar a las élites financieras y empresariales del franquismo. Había que esperar la oportunidad, nada de resistencia, puro oportunismo. Algunos y algunas “socialistas” respondían, con miedo y vergüenza, más vergüenza que miedo, cuando eran interpelados con la palabra camarada.

Y, en esto, murió el generalísimo en la cama y, en esto, aparecieron Isidoro y el hermano de Juan Guerra enarbolando la bandera de los parias, de los descamisados, hecha de pana. Los del Clan de la Tortilla se impusieron, y cumplieron a la perfección, la hercúlea tarea de borrar la palabra camarada de su diccionario socialista. En realidad, no la borraron, sino que la desplazaron cubriéndola de un significado peyorativo para referirse a la izquierda, a la verdadera. Desde entonces, la misión primordial del PsoE ha sido, y es, destruir todo lo que hubiera a su izquierda para presentarse como La Izquierda.

Impulsados por la banca y grandes empresas como PRISA, y con el apoyo social de los descamisados, los socialistas gobernaron desde 1982 a 1996 con holgada suficiencia. Bastaron apenas tres legislaturas para que el rodillo se cebara con las clases trabajadoras: contratos basura, privatizaciones, reconversión industrial, OTAN, olvido de la reforma agraria, etc. Bastaron cuatro años para que la tradicional corrupción franquista fuese sustituida por la corrupción socialista.

En la última legislatura de Isidoro, prefirieron pactar con la derecha catalana antes que con la izquierda. Lo mismo se ha venido produciendo en gobiernos autonómicos, provinciales y locales desde las primeras elecciones democráticas. Lo mismo ha ocurrido en los últimos seis años (menuda es la felipista Susana): el PsoE prefiere siempre a la derecha para pactar por ser más cercana a ese socialismo nominal que históricamente le ha venido tan largo. Y de dialogar con sus bases y su electorado, mejor ni hablar.

Cada vez que el PsoE ha planteado unas primarias para la secretaría general, se ha topado con que la militancia ha preferido a auténticos desconocidos en lugar de los candidatos oficiales, tal vez porque éstos eran demasiado conocidos por el socialismo de base. De ahí surgieron el «camarada» Zapatero y el «camarada» Sánchez. De ahí han salido los escasos gestos políticos maquillados de izquierdismo que han vuelto a embaucar a un electorado defraudado, desposeído y descamisado.

El «camarada» Pedro Sánchez, apoyado por las cloacas y las sempiternas élites, no está haciendo más que continuar el legado del socialismo low cost, no nos equivoquemos: aniquilar a la izquierda y buscar apoyos en la derecha, secular hábitat del PsoE. Las negociaciones para su investidura se han complicado porque la derecha sin complejos se ha radicalizado. Ante la tesitura de tener que pactar con Unidas Podemos, el socialismo desnaturalizado vuelve a las andadas.

¿Meter mano a los sectores estratégicos privatizados? No, quita. ¿Garantizar la sanidad, las pensiones y la enseñanza pública? No, ¡Jesús qué cosas! ¿Regular la burbuja habitacional? No, que perdemos apoyos. ¿Apostar por la laicidad del Estado? No, por dios. ¿Derogar reformas laborales y Ley Mordaza? No, ¿para qué? ¿Banca pública? No, ni hablar. ¿Valores republicanos? No, jamás. ¿Desobedecer al Trump militarista? No, que nos putea. ¿Etcétera? No, no, no y no. Todo eso, y más, es propio de los camaradas de Unidas Podemos.

El PsoE de Isidoro, del hermano de Juan Guerra, de Susana Díaz, de García-Page, de Fernández Vara (en definitiva, de las élites políticas y financieras) sale triunfador en su principal objetivo: eliminar a la izquierda y restaurar el bipartidismo. La nefasta alternancia, madre de la corrupción y de las políticas antisociales, está de enhorabuena. Fuegos artificiales como lo del buque Acuarius y juegos malabares como la exhumación del dictador genocida le darán sus frutos electorales. Todo lo demás es culpa de Pablo Iglesias, incluida la subida del SMI que Sánchez explota como logro propio.